Mil noches estrelladas

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El girasol esperó que anocheciera para cerrar sus pétalos y descansar. De pronto, sintió que unas manos intentaban cortarlo y, asustado, pensando que moriría, deseó tener la misma voz que los humanos para poder gritar. Desconcertado, escuchó que el dueño de aquellas manos lanzaba un grito aterrador y se alejaba a toda prisa. Después, sintió el contacto de otras manos, que a diferencia de las anteriores, eran pequeñas e inofensivas. En señal de agradecimiento, entreabrió sus pétalos y una tierna voz infantil comenzó a hablarle.
«Me sentaré a tu lado para que ninguna persona intente cortarte, pues así como a ti te encuentran hermoso, a mí me encuentran tan feo, que ni siquiera sonriendo logro agradarles. No te preocupes, no busco la aprobación de los demás y soy feliz junto a mi familia, porque aunque a veces podamos discutir, nos amamos y nos aceptamos como somos, y si alguno de nosotros prefiere alejarse de las personas que creen que ser diferente es sinónimo de maldad, de locura o de peligro, respetamos su decisión e, incluso, lo protegemos. Un hombre al que quise mucho, y al que también tildaban de diferente, me explicó que cada ser es único y, gracias a él, comprendí muchas cosas y superé muchos miedos. Nunca olvidaré la noche en que todo lo que existe bajo este cielo, profundo y estrellado, él lo tiñó de un azul intenso, lleno de remolinos y de reflejos sobre el agua. Tanta fue mi emoción, que, bailando al compás del canto de los grillos y alumbrado por el dulce resplandor de las luciérnagas, comencé a volar bajo la luna y, por primera vez, mis pies dejaron de tocar el suelo. Uniéndome a los míos, aprecié nuestra incomparable belleza, tan única, que mientras todos me felicitaban por vencer mi temor a las alturas, les conté de mi mejor amigo y, con extremo cariño, nos acercamos a él, y ya fuera rozando su espalda o besándolo en la frente, tuve la certeza de que él también volaría y que nunca más estaría solo… su nombre era Vincent, y aunque no fue una golondrina, ni un murciélago como yo, también amaba a los girasoles, tan brillantes como su corazón y como su noche estrellada».

Vincent van Gogh- Campo de trigo con cuervos (1890)

 

 

Magazine de «autoestima»

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 Buenos días Gabriel, toma asiento. Después de estudiar tu caso, me parece factible suponer que el motivo de tu inseguridad se remonta a tu niñez, cuando alrededor de los siete u ocho años te encerrabas en el baño a conversar contigo mismo sobre temas que memorizabas, pero que no comprendías en lo absoluto. Dado que viví una infancia similar a la tuya, donde mi mejor amigo era un oso de peluche con el cual me comparaban continuamente y tenía insomnio de tanto pensar, considérate afortunado, pues he decidido incluirte en mi taller exclusivo y personalizado de ego y autovaloración. Basta, Gabriel, comprendo que te sientas feliz, pero te pido que mantengamos cierta distancia y que no vuelvas a abrazarme ¿correcto? Perfecto, ahora que nos estamos entendiendo, partiré de lleno con el aforismo griego atribuído a Sócrates, Tales de Mileto y Pitágoras, entre otros, inscrito en el Pronaos del Templo de Apolo en Delfos, Grecia: ΓΝΩΘΙ ΣΑΥΤΟΝ, en latín: gnosce te ipsum y para ti: conócete a ti mismo. No creas que paso por alto tu expresión incrédula, pero debido a tu condición de mortal, mi joven amigo, en ocasiones debes cuestionarte la razón de tu sinrazón y el sinsentido de tu vida, por lo que procederé a explicarte la importancia que reviste dicho conocimiento, pues concluyo que motivado por la lectura de mi magazine “Si él pudo, tú también” postulaste a mi taller y no para capear el calor veraniego dentro de mi oficina equipada con aire acondicionado, o dedicarte a mirar por la ventana con el evasivo propósito de apreciar el paisaje costero, tal como lo haces ahora. Más respeto muchacho, ustedes los jóvenes creen saberlo todo, pero poco y nada saben, y si me consideras un viejo aburrido, la puerta es ancha, márchate si así lo deseas, mi vasta trayectoria en temáticas de autoayuda es digna de admiración y por ende… ¿que descienda del cielo? Tienes razón, Gabriel, lo admito, el equilibrio y la moderación son fundamentales para alcanzar el autoconocimiento. Por qué, te preguntarás. Porque sea lo que sea que decidas hacer con tu vida, si no te conoces, dicho más fácil aún, si te desconoces, al punto de ignorar tus virtudes y tus limitaciones, fracasarás en cualquier cosa que te propongas, preguntándote no solo a ti, sino a todos los que te rodean, incluyéndome, si tienes el talento y el aplomo para afrontar lo que te depare dicha empresa. Seré sincero, no es necesario observarte detenidamente para notar que eres un miedoso con ínfulas inversamente proporcionales a sus dones, pero con el suficiente descaro para hacerse llamar soñador. ¿Cómo dices, te atreves acaso a cuestionar mi autoridad, cuando fui yo el que te sugirió tomar mi taller conductual de terapia Gestalt para la comprensión de tu “self”? No me sorprende, tú eres el típico caso del fantoche, que mientras finge recomenzar, urde un plan a su medida para salir a flote como sea, tú no necesitas a Sócrates, tú necesitas a Maquiavelo, porque tu caso no radica en el conocimiento, radica en alcanzar tus oscuros fines, justificando cualquier medio para conseguirlos. Deberías avergonzarte, tú no eres más que un oportunista, un farsante, un mentiroso patológico, ¡momento, estoy ocupado!, disculpame, detesto que golpeen a mi puerta en plena sesión, me distraje, ¿en qué estaba? ah sí, mentiroso patológico, exacto, y como si todo eso fuera poco, eres dueño de un severo mal gusto. Mírate, ni siquiera sabes combinar tu ropa, sudas como si te pagaran para ello y usas unos bigotes de asaltante de banco que provocan pánico colectivo, pero hombre… cálmate, no es tan grave, tú sabes que te aprecio, me extralimité, recuerda mi frase clave y repite en voz alta conmigo: si él pudo, tú también, muy bien, ahora respira, toma aire, aplícala a ti en primera persona del singular y repítela nuevamente, vamos, que lo escuchen todos, que lo sepa el mundo: ¡Si él pudo, yo también!

-Gabo, deja ya de gritar y abre la puerta de una vez por todas, cepíllate los dientes y acuéstate.

-Pero, mamá…

-Pero nada. Desde que encontraste esos viejos magazines en el baúl de la abuela te encierras en el baño a conversar con el espejo y tienes insomnio. Me preocupas, hijo, tu comportamiento no es sano en un niño de ocho años, mira a tu oso de peluche, él es obediente  y ya se durmió, y si él pudo, tú también.

Errare humanum est

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Era notorio que se sentía triste. Durante el desayuno, bebió dos sorbos de café y, sin mirarme, comenzó a hablar que los sentimientos eran como los sismos. Según él, ambos se producían por el ajuste o desajuste de ciertas placas internas, tenían epicentros, dejaban grietas y afectaban a cada individuo de distinta manera. Me pareció una buena analogía eso de comparar un movimiento telúrico con una emoción y se lo dije, pero, como si fuera sordo, me ignoró y siguió con el tema. Para él, las personas que entraban en un estado de pánico desmesurado eran ilógicas, porque corrían para escapar de lo inescapable.
-Es como si intentaran huir de sus propios temores, en lugar de enfrentarlos -agregó.
Estuve de acuerdo, pero no le dije nada y seguí escuchándolo con atención para poder entender el motivo de su tristeza y él continuó con el tema, diciendo que las personas que guardaban la calma, a parte de ser lúcidas, eran valientes, porque en lugar de correr, trataban de contener al que había entrado en pánico, solo para poder ayudarlo. Discrepé y me pareció inapropiado que usara los términos «ilógicas» y «lúcidas», pero para no hacerlo sentir más triste y, de paso, para alivianar el ambiente, le pregunté si sería posible medir la magnitud de los sentimientos con la escala de Mercalli o con la Ritcher.
-No te hagas el payaso -contestó tajante-, nadie sofoca un llanto de gran intensidad, con epicentro en el alma misma y con grietas catastróficas para el corazón, ni le pone grados a lo que siente, porque lo que para mí puede ser demoledor, para ti puede no serlo.
Tiene razón -pensé-, los sentimientos son como los sismos y todos reaccionamos de distinta manera, pero olvidó mencionar que algunos no recuerdan que la persona que está frente a ellos, confiandoles sus temores y temblando de dolor, no lo hace porque sea ilógica, ni poco lúcida, sino porque tiene problemas que lo superan y en lugar de ayudarla, la juzgan.
-El verdadero valiente no es el tipo que se sienta a escuchar, toma notas y prescribe medicamentos como lo hace tu terapeuta -le dije, hastiado no de él, sino que de la situación-, el verdadero valiente eres tú, porque expones tus sismos emocionales más íntimos a un ilógico que se cree lúcido y que se escuda en los terremotos ajenos para no hacerle frente a los suyos, en un corolario de frases chichés certificadas y miradas tan vacías y mal actuadas como su vida.
-¿Eso opinas?
-Opino que es hora de que converses con tu sismólogo y le hagas ver sus errores.

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Para cerrar el tema de los informes, me parece justo reconocer el oficio de corrector, que suele pasar inadvertido, como si los textos brotaran solo de la persona que escribe. Leer para corregir y escribir para ser leído, son acciones que se realizan por separado, pero que van de la mano. Quedarse solo con los halagos es situarse en la zona de confort de las propias condiciones para no correr ningún riesgo, y eso lleva a la inseguridad. El temor de romper todo tipo de burbuja protectora es autolimitarse a crecerpor eso, los informes de lectura y las críticas constructivas son necesarias. Leerse a través de otros ojos es otra forma de conocerse a sí mismo y descubrir nuevas facetas. Ahora, retomo la lectura de, El arte y la ciencia de no hacer nada, para poder crear más y mejores relatos.

Informes

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Primer informe de lectura
Nos parece un libro de cuentos fascinantes, vistos desde perspectivas diferentes y que atrapa de principio a fin.
Un libro para leer detenidamente, dejándose llevar por cada línea, cada pensamiento y frase recurrente.

Segundo informe de lectura
Algunos títulos hacen evidente el procedimiento utilizado, y por ello sugerimos cambiarlos. Otro cambio que sugerimos en el orden de los cuentos es no ponerlos alineados de acuerdo al tema. Creemos que es preferible mezclarlos, para hacer más variada la lectura. Aunque parezca de perogrullo, hay que señalar que los textos no funcionan igual en un blog que en un libro. En este último, sus carencias y sus excesos de ingenio, se notarán más. Nuestra recomendación sería esperar a tener más cuentos bien construidos y resueltos, sin embargo, la autora está en todo su derecho en persistir en su idea de verse retratada en un libro y esperamos que tome a bien nuestros comentarios.

Reacción después de leer ambos informes de lectura
La autora se sintió algo confundida. Su sueño no era publicar un libro ni ser escritora, primero: porque no quería ceñir su creatividad a un solo campo y la escritura era una disciplina que, por el respeto que toda forma de expresión artística se merece, demandaba tiempo y dedicación, y segundo: porque no tenía tiempo, ganas ni talento para tanta dedicación. Reconoció que escribir le resultaba particularmente difícil, porque lo suyo no era espontáneo, era metódico y calculado. Sus relatos no provenían de lo que algunos llamaban vísceras, sino de ideas que elaboraba con su mente, como un crucigrama.
-Lo que escribo es el resultado de una persona que recién se inicia y que entrelaza mente y corazón -pensó. El primer informe no emite ninguna crítica, pero el segundo sí, y algunas son bastante certeras, sin embargo; yo solo busco expresarme, aprender, experimentar, crear… ¡necesito hacerlo!, pero, ¿necesito verme reflejada en las páginas de un libro?
Aunque parezca de perogrullo, la autora tomó a bien los comentarios, solo que ninguna de sus carencias, ni sus excesos de ingenio, la han ayudado a encontrar la respuesta a su pensamiento recurrente que, visto desde perspectivas diferentes, hacen evidente el anterior procedimiento utilizado.