Como lo tenía planeado, el test de las manchas no me delató y fui absuelta de todos los cargos. Por lo demás, el luminol no encontró ningún rastro de sangre, simplemente, porque buscaron en el lugar equivocado y dejé de ser sospechosa. Los medios de comunicación que cubrían el caso me otorgaron el papel de víctima de las circunstancias y recibí incontables mensajes de apoyo; algunos tan conmovedores, que hasta me dieron ganas de llorar de la risa. Después de una terapia para superar mi bien actuado shock, por fin pude retomar mi vida normal y con ella, mis estudios de historia del arte. Reconozco que volver a tener a mi madre solo para mí y no tener a mi padrastro vigilándome, igual que un perro adiestrado, facilitaron que no me costara ponerme al día con las materias y, agradecida de la vida, me sumí en Lisa Gherardini, más conocida como la Gioconda. Leonardo da Vinci, genio entre genios, es el único hombre al que admiro, el único, pero no considero que la Mona Lisa sea la mejor de sus creaciones. Él fue un visionario, su mente fue más allá de su tiempo, y toda esa red de mensajes ocultos, conspiraciones, enigmas y códigos, me parecen ideas de personas mal de la cabeza. A propósito, Rorschach, ¿qué tal si resucitas y analizas a esa gente y no a mí? Qué tipo más ridículo, me recuerda a mi padastro y su teoría de que yo manifestaba la triada oscura de la creatividad; es decir: narcisismo, maquiavelismo y cero empatía ¡Soy empática!, deberían condecorarme por ponerlo bajo tierra, pero si no reprimo mi ego me delataré y mi crimen dejará de ser perfecto. Una lástima que tantas acciones altruistas como la mía queden en el anonimato, pero qué se la va hacer, lo que importa es que salí libre y que puedo estudiar la pintura más emblemática de Da Vinci. Reitero que las dobles interpretaciones me parecen teorías rebuscadas, aunque un texto descubierto detrás del hombro izquierdo de la Mona Lisa: «La risposta si trova qui», en español «la respuesta está aquí», me pareció un hallazgo interesante, ya que si se observa con detenimiento, el mensaje es notorio. No sé cómo antes no había reparado en él, ni por qué la mirada de la Mona Lisa, célebre porque no deja de observarte desde ningún ángulo, ahora me desagrada. Probé invertirla, reflejarla en un espejo, torcerla, cubrirle el rostro y, aún así, ella no despega sus ojos de mí. Su sonrisa, aliada de su mirada, parece susurrarme, «dime lo que hiciste y te diré quién eres». ¿Será que ella actua como un espejo de nosotros mismos? De ser así, ella es el código que utiliza Leonardo para mirarnos a través de los siglos y él está al tanto de todo. Maldición, si logran dar con el mensaje escrito detrás del otro hombro de la Gioconda, mi propia verdad saldrá a la luz y mi máscara se desmoronará. Espero que nadie descifre el texto «ella es la culpable», aunque admito que ser delatada por el genio más grande de todos los tiempos me llenaría de orgullo. Solo un genio descubre a otro genio, y eso no es un trastorno, es un honor.
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