Hijos de la Tierra

Estamos más que hartos de leer y escuchar información sobre el coronavirus. Si lo estamos es porque aún no existe cura y eso nos sumerge en una incertidumbre casi absoluta. Es imposible que exista alguien que goce con su propio miedo a lo desconocido o que disfrute fantaseando con la idea de que, si no toma las precausiones debidas, contraerá el virus y contagiará a toda su familia. Sin embargo, aún existen personas que se creen inmunes, inmortales, todopoderosas y cuya solidaridad y empatía son rotundamente nulas. No siento verguenza de lamentar que el virus no discrime entre responsables e irresponsables o, entre buenas y malas personas, pero ningún virus lo hace. Tampoco lo hacen los ácaros. A pesar de lo anterior, soy optimista y creo que venceremos, pero también creo que, para lograrlo, debemos recordar que La Tierra tiene vida propia y que este virus es para nosotros lo mismo que nosotros somos para la Tierra: la mutación de una mutación, una plaga mortal, una pandemia y que el COVID-19 viene a ser la cura que encontró la Tierra para mantener a raya nuestra curva de expansión. Para salvarnos es nuestro deber salvar a la Tierra y dejar de ser sus parásitos. No seamos íngratos y huyamos a Marte. Seamos como la tripulación de un barco que se enfrenta a una tormenta y que lucha por sobrevivir sin abandonar la nave y permitir que ésta se hunda frente a sus ojos. Seamos, de una vez por todas, seres dignos de la Tierra.