Los números de 2015

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2015 de este blog.

Aquí hay un extracto:

Un teleférico de San Francisco puede contener 60 personas. Este blog fue visto por 1.600 veces en 2015. Si el blog fue un teleférico, se necesitarían alrededor de 27 viajes para llevar tantas personas.

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Las Moiras

Las Moiras

Siempre que nacía un niño o una niña, las tres hermanas tejedoras, se presentaban al tercer día de su nacimiento, para asignarle su cuota de vida, de felicidad y de tristeza, sellando así, su inevitable destino. Tal vez, sea solo una antigua leyenda griega y las Moiras, temidas hijas de la noche, te resulten lejanas, sin embargo, independiente de tus creencias o de tu religión, si has escuchado la frase, «tu vida pende de un hilo», te parecerán cercanas y recordarás que nuestra existencia es frágil, como todas las que nos rodean y que nuestra misión es valorarlas y protegerlas, sin distinción.

Lucas

 

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Clotho comenzó a dar hilo blanco desde su rueca, hasta su huso. Láquesis lo tomó, lo midió con una vara y lo tejió rápidamente, con una hebra dorada y una negra. Átropos alzó sus tijeras…

Después de una larga espera, mi hermano menor había nacido. Se llamaba Lucas, que significa «luminoso» y era un bebé risueño y adorable, al que amaba con toda la intensidad de mis siete años y feliz, lo cargaba entre mis brazos, para hacerle cosquillas y verlo reír y lo arrullaba, para verlo dormir. Como mis padres habían instalado su cuna en mi habitación, junto a mi cama, muchas veces los oía hablar sobre mí, afirmando cuan grande sería mi amor por él y aunque sus palabras me enorgullecían y estaba segura de que esta vez no los defraudaría, optaba por guardar silencio. Sin embargo, comencé a sentirme muy sola, pues a medida que ellos me olvidaban, mis viejas pesadillas regresaban. Nuevamente, noche tras noche, soñaba que era una marioneta pendiendo de un hilo y con una mujer, de rostro severo, que enarbolando una filosa tijera, lo cortaba, haciéndome caer a un vacío interminable. Era un tormento nocturno, del cual despertaba gritando y rodeada de mariposas nocturnas, las que espantaba a manotazos, desesperada, pero nadie acudía en mi ayuda, excepto Lucas, que me tendía sus brazos, como si quisiera consolarme. Una mañana, logré abatir a una, que inerte, cayó a mis pies. Noté que Lucas la observaba asustado y para calmarlo, la recogí del suelo, pero la solté de inmediato, impresionada por la imagen que ostentaba en su dorso, idéntica a la de una calavera. Finalmente, había descubierto quién era ella y estaba dispuesta a enfrentarla. Aquella noche, fingí estar dormida, cuando mis padres, después de arropar a Lucas, se despidieron, cerraron la puerta y apagaron la luz. De pronto, la temperatura bajó, empañando los vidrios, volviendo mi aliento en volutas de aire y temblando, preocupada por mi pequeño hermano, escuché unos pasos y la puerta se abrió con una lentitud enervante. Reprimí un alarido, cuando ví a la mujer de mis pesadillas, a los pies de mi cama, sosteniendo sus tijeras y observándome.

-Sé quién eres -susurré-. Te llamas Átropos, como la mariposa de la calavera y eres la muerte.

-Lo soy y esta vez, he venido por él -dijo con indiferencia, señalando a Lucas-. Las hebras de Láquesis, con las que tejió su vida, han llegado a su fin y he decidido cortarlas.

-¡No! -grité-. Soy su hermana, él es mío, no tuyo.

-No eres dueña de él, ni de su destino.

De un salto, me abalancé contra ella, le arrebaté sus tijeras y la amenacé con ellas.

-Entrégamelas -ordenó-. Nadie puede matar a la muerte.

-Desconcertada, contemplé a Lucas, que dormía como un ángel. Pensé en mis padres, en mi vida de tan solo 7 años, siempre sola… y supe lo que tenía que hacer.

-Escucha -imploré-, te ofrezco mis hebras a cambio de las de él.

-Aunque tu paso será fugaz, no te librarás de conocer el Averno.

-No me importa –murmuré. Le devolví sus tijeras y cerré los ojos.

Escuché un sonido metálico y supe que Átropos había cortado el hilo de mi vida.

-Abre los ojos y observa.

Lo hice y ya no estábamos en la habitación, sino en un lugar en penumbras, frente a un río de aguas turbias, en donde me esperaba un barco de madera.

-Antes de partir -dije con firmeza-, dado que decidí intercambiar mi vida por la de mi hermano, muéstramelo cómo se verá en el futuro y me iré en paz.

Ella asintió.

Y ví a Lucas corriendo, vestido con una jardinera de mezclilla, con su cabello ondulado desordenado de tanto jugar, sonriendo feliz y con sus ojos verdes brillando por el sol. Al verme, se detuvo, dejó de sonreír, me miró como si me recordara y se acercó, para entregarme una pequeña caja de madera, finamente tallada.

-Intenta que ella no la vea -susurró-, la hice pensando en ti, te la regalo.

La acepté, incapaz de hablar y deseando abrazarlo.

-Regresemos, Caronte aguarda por ti.

-Gracias, Átropos.

-Solo debes agradecerme este momento -replicó-. Clotho dio tus hebras, Láquesis las tejió y yo las corté al séptimo día de tu nacimiento.

-¿Qué dices?

-Me pediste cortar tus hebras, ya rotas, a cambio de las de tu hermano y corté las de tu imaginación, que eran las únicas que poseías.

-No, eso no es verdad…

-Muchos de ustedes nacen y mueren enseguida, pero no lo saben, pues como tú, se aferran al mundo, para imaginar que están vivos.

-¿Estás diciéndome que solo viví siete días y que imaginé durante siete años?

-Así es.

-Entonces, ¿quién fui?

-Tú.

Pensé en el aire, no lo ví, ni lo toqué nunca, sin embargo existe. Muchas piezas perdidas encajaron y comprendí el porqué.

-Soy Átropos, con mis hermanas regimos el destino y sin importar el tipo, ni la categoría del hilo, soy yo, la única encargada de cortarlo. Todos ustedes son olvidables.

-No me interesa tu nombre, tú eres la muerte y no todas las vidas son olvidables… ¿cortarías acaso los hilos de tus hermanas, lo harías o las salvarías? -pregunté-. Pero ella no me respondió.

Sumisa, con la certeza de haber hecho lo correcto, descendí al Averno junto a ella y, sin temor, obedecí cuando me ordenó subir a la barca, apretando en mi mano la pequeña caja de madera, sin importarme si era o no real, pues si toda mi existencia había sido imaginada, tal vez bastara con cerrar los ojos y entregarme al más hermoso de los sueños; no obstante, el contenido de la caja me intrigaba y comencé a abrirla…

 

Clotho comenzó a dar hilo blanco desde su rueca, hasta su huso.

 

Lentamente extraje una pequeña malla con destellos de oro.

 

Láquesis lo tomó, lo midió con una vara y lo tejió rápidamente, con una hebra dorada y una negra.

 

Examiné el tejido y noté un hilo grueso, de color negro.

 

Átropos alzó sus tijeras…

 

¡Lo matará! -exclamé, y me lancé de la barca, intentando nadar, pero los cadáveres chocaban contra mí, hundiéndome, obligándome a tragar de las turbias aguas del Aqueronte que, sofocándome, me impedían salir a flote para tomar aire y cada vez que lo lograba, otros cuerpos podridos me estrellaban, enredándose mi cabello en las cuencas vacías de una calavera y un sinfín de huesos me golpeaban para hundirme nuevamente, mientras escuchaba las risas de las Moiras, solazándose con mi suplicio.

-No tengo permitido modificar el destino, niña sabelotodo -exclamó Átropos.

Luchando por no sumergirme, intenté suplicar.

Pero la anciana tomó sus tijeras y, observándome fijo, cortó la última hebra de Lucas.

Todo fue oscuridad y silencio.

-Despierta, ella no cortó las hebras de mi vida, sino unas que yo imaginé y que alcancé a guardar dentro de la caja la misma noche de luna llena, cuando fue por mí… siempre supe que solo yo podía verte, tú me salvaste, porque me enseñaste a imaginar.

Abrí los ojos y ví a mi pequeño hermano sonriéndome, con su cabello ondulado desordenado por el viento, sus ojos verdes brillando por el sol, vestido con una jardinera de mezclilla y feliz de tanto jugar. La muerte había perdido, pues ninguna vida capaz de amar y ser amada es olvidada, y abracé a Lucas con todas mis fuerzas, lo besé mil veces, le hice cosquillas para hacerlo reír, pero esta vez no lo arrullé para verlo dormir, pues a la cuenta de tres, abrimos la pequeña caja y, tomados de la mano, entramos a ella, despertando a las más bella de las existencias, para no dormir ni separarnos jamás.

Bajo la higuera

«Vivir, aunque sea por un instante, es el deber y la misión más alta que debemos cumplir». Goethe, Fausto

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Como todos los días, esperé que atardeciera y, raudo, me enfundé en mi abrigo, tomé mis llaves, acaricié a mi perdiguero y partí rumbo a un parque cercano a mi hogar. Alcancé a escuchar «regresa pronto, esta comenzando a llover», pero, indiferente, no respondí. Cansado de todo y de todos, solo quería alejarme para reflexionar en paz y unas gotas de agua no me detendrían; sin embargo, mientras caminaba la lluvia se hizo más intensa, por lo que apuré mis pasos para refugiarme bajo la higuera del parque. Aquel árbol solitario y añoso, maldito para algunos y sagrado para otros, me acogía sin condiciones, al igual que mi perro, siempre postergándose para tratar de alegrarme, no como nosotros, que sin querer condicionamos hasta lo que soñamos. Desilusionado de mi especie, de mi vida y de mí, anhelé ser como aquella higuera y, afirmando mi espalda en su tronco, cerré los ojos, disfrutando del sonido de la lluvia sobre las hojas, del lejano tañido de las campanadas del ángelus y de la suave brisa que suele acompañar al otoño.

-¿Estas conforme con tu vida?

Sobresaltado por aquella voz, abrí los ojos y la vi. Era una mujer rubia, pálida y delgada, vestida enteramente de negro y, a pesar de su aspecto inofensivo, me pareció peligrosa. Como la lluvia había cesado, la noche y el silencio se habían adueñado del parque, dejándome a solas con ella. La observé nuevamente y noté que tenía los ojos maquillados de negro, al igual que sus labios y sus uñas. Pensé en huir, pero algo en ella me resultó familiar y me senté a su lado. Como si nada, encendió un cigarrillo y mientras fumaba y exhalaba humo como sahumerio, volvió a preguntarme:

-¿Estas conforme con tu vida?

-Supongo que sí, ¿por qué lo preguntas?

-Supones que sí… Dime, ¿te parece hermosa la vejez?

-Creo que cada etapa de la vida tiene su propio encanto.

Sin mirarme, me pidió que me limitara a un «sí» o a un «no». Nuevamente preguntó:

-¿Te parece hermosa la vejez?

Reflexioné y, titubeante, susurré:

-No.

-Por tu edad, debes tener muchos fracasos a cuestas, probablemente tantos como tus achaques, ¿o me equivoco?

-No.

-Seguramente, eres de los que creen que la vida supera a la muerte y que el alma es infinita; ¿jamás dudas?

-Dudaba, ahora no.

-Y si te dijera que después de esta vida nada sobrevive, ¿volverías a dudar?

-No.

-¿Entonces por qué temes y sufres tanto? Vienes acá, amparándote en un árbol porque sabes que él no puede contradecirte, siempre solo, escapando de la vida como si la muerte no pudiera alcanzarte, eres un viejo patético.

-Suficiente. Eres una irrespetuosa, yo ni siquiera te conozco.

Me puse de pie dispuesto a marcharme.

-Una última pregunta -insistió-. ¿Si pudieras tener el respeto que te mereces y saber más de lo mucho que ya sabes, aceptarías que te lo otorgara?

-No, no aceptaría, ¿conforme?

-Podrías volver a ser joven y recorrer el mundo dictando conferencias, rodeado de admiradores y, de paso, publicar tu tratado sobre la relación entre tu adorada química y la filosofía.

La observé de hito en hito. Su tono de voz y su sonrisa eran convincentes y ella me recordaba a alguien, pero no sabía a quién…

-No –murmuré.

-¿Estás seguro? Yo puedo otorgarte todo eso, mi querido amigo. ¿Aceptas?

-No soy tu amigo -respondí tajante.

-Pero si negociamos, podríamos ser grandes amigos, incluso socios. ¿Te interesa?

De golpe, noté que bajo su maquillaje y el humo de su cigarro, ella era idéntica a mi hija.

-Depende del negocio –respondí, algo vago-. Disculpa, no me mal interpretes, pero tú me recuerdas a alguien que conozco.

-Escucha anciano, basta de rodeos, tú sabes quién soy, pensaste tanto en mí que me invocaste y heme acá.

Abrió su bolso, sacó una tablet, buscó y leyó en voz alta.

-78 años, graduado en química, estudioso, buen tipo, pero al que nadie respeta y al que solo recuerdan para pedirle favores.

-Favores que nunca me retribuyen…

-Puedo hacer que tu situación cambie.

-Si eres quien creo que eres, ¿por qué te vistes así y te pareces a mi hija? Mefistófeles adopta forma de hombre y yo no te invoqué, me gusta leer a Goethe, especialmente Fausto.

Lanzó una carcajada.

-¡Eres tan predecible! Tú deseabas este encuentro, solo que esperabas a un fulano vestido con una túnica y apestando a azufre, pero hasta yo, que tengo milenios, estoy más actualizada que tú. En cuanto al resto, yo solo expuse tus miedos y tus anhelos en forma de pregunta.

-Dime quién eres.

Me observó como si leyera mi mente, levantó el mentón y respondió:

-Muchos de ustedes creen ver el mal en donde no existe y persisten en ver el bien en donde no lo esta, pues al estar sujetos a prejuicios, se vuelven ciegos. Te sorprenderá saber que muchos de aquellos prejuicios no son más que sus propios deseos reprimidos y eso, mi amigo, es anhelar ser como la persona que consideras mala, o cuyo comportamiento repruebas, en tu caso específico, tu hija, por eso adopté su aspecto.

-No te atrevas a meterla en este asunto y dime tu nombre.

-Tú ya lo mencionaste, debes estar enterado que soy un mensajero, un embajador, un ángel castigado a vivir en el exilio por sus ansías de conocimiento. También me llaman ψιλής , el que no ama la luz.

-¿Y no la amas?

-La recuerdo, no es posible olvidar algo tan sublime…

Guardó silencio. Luego se puso de pie, arrojó la colilla al suelo y prosiguió rápidamente:

-En fin, ya que no haremos ningún trato, debo partir, tengo asuntos que atender, citas, firmas, contratos, ya sabes, mi trabajo nunca concluye.

Mi cabeza daba vueltas, nada de esto podía ser real, era todo producto de mi imaginación, sin duda.

-No soy producto de tu imaginación -dijo solemne-. Te lo dije, eres predecible, pero yo no.

Retrocedí, alarmado.

-Te advierto que soy mucho más que un personaje dramático, yo existo, soy.

Y rápida como una serpiente, se acercó a mí y susurró:

-Sé que caminas sobre los trozos de tu alma, pues ésta se rompió en pedazos hace mucho tiempo. Conozco tu dolor.

-Mientes –balbucié.

-Dame tu alma para unir sus fragmentos y te daré lo que buscas.

«Finalmente estoy cara a cara con el demonio –pensé, rendido-. Mi amargura se encargó de llamarlo, mi frialdad, tantas cosas… recordé a mi hija pintando sus locos lienzos, uno en especial, uno que encontré particularmente pésimo, las palabras que utilicé para demostrarle mi desagrado y su pasión al responderme que su pintura podía leerse y escucharse como si tuviera alma y recién ahora la comprendía.¡Eso es! Tal vez aquella respuesta podría salvarme».

-Acepto, te doy mi alma.

-Vaya, no eres tan predecible, admito estar gratamente sorprendida.

-¿Dónde firmo?

-¡Que determinación! Ahora sí que me recuerdas a Fausto. Espera, esto te gustará, es el método clásico -hurgó en su bolso y, orgullosa, me extendió una pluma y un documento escrito con letras góticas.

Tomé la pluma.

-¿Y la tinta?

-Es sin tinta, debes firmar con tu sangre.

-Entonces no puedo firmar.

-Es solo un leve pinchazo, no te dolerá.

-No tengo sangre, ¿acaso no notaste que estoy hecho de óleo y que mi vida es una tela?

Desconcertada, me observó de pies a cabeza. Extendió una mano para tocar mi rostro y al sentir la textura del lienzo, la retiró asqueada.

-¡Tramposo! -rujió furiosa, arrebatándome su pluma-. No ganaste nada engañándome, veo tu oscuridad.

Y envuelta en una nube de fuego, desapareció.

Sentí un nudo en el estómago, nudo que trepó hasta mi garganta y lloré como no lo hacía desde niño. Luego, una profunda serenidad me abrazó, y esta vez apuré mis pasos para llegar a mi hogar y vivir, vivir intensamente.

Mefistófeles quedó pensativo, asumiendo que sería el hazmerreír en el infierno por dejarse engañar, pero no le importó. Vivir no era fácil y aquel hombre no se merecía las torturas del infierno, se merecía la gloria del cielo con toda su luz y recordando que alguna vez había sido un ángel, contempló las estrellas y suspirando, se diluyó entre colores, lienzos y trementina, al igual que la noche y la brisa.

Solamente quedaron estos párrafos, párrafos que alguien pintó… bajo una higuera.

Яeflejos

«El reflejo del mundo en un espejo, equivale a dos mundos, que separados por un cristal se observan mutuamente».

Los que vivimos en el lado del espejo, en donde todo es sincero, en donde se evoca el futuro y se desconoce el pasado, en donde cada final es un inicio, en donde se duerme de día para despertar de noche, soñando que soñamos, ajenos a las horas que marcan nuestros relojes que siempre giran sus agujas de izquierda a derecha y en donde todo lo que se refleja es el alma y no el aspecto, cansados de nuestra rutina, decidimos visitar a los que viven al otro lado del espejo, en donde se evoca el pasado y se desconoce el futuro, en donde un final es solo un final, en donde se duerme de noche para despertar de día, sin tiempo para soñar, apremiados por las horas que marcan sus relojes que siempre giran sus agujas de derecha a izquierda y en donde todo lo que se refleja es el aspecto, cansados de su rutina y ansiando la nuestra, regresamos a nuestro mundo, en el cuál, no son ellos los que se observan en nosotros, sino nosotros los que los observamos a ellos y en donde su aspecto, es el aspecto de sus almas, almas reflejadas en los vivimos en el lado del espejo, en donde todo es sincero.