-Mira mamá, encontré esta botella verde en la arena, la abrí y saqué un rollo de hojas escritas en francés, ¿me las lees?
-Que raras son, parecen hojas de árboles y todas están ordenadas por números como si fuesen páginas… ven, siéntate junto a mí, la letra esta intacta, te leeré lo que parece ser la introducción.
«Había olvidado como era pisar tierra firme. Llevaba años a bordo de un lujoso barco rumbo a Los Campos Elíseos, dedicada exclusivamente a estudiar piano, al igual que los otros niños que viajaban conmigo. Iba en clase privilegiada, era alumna aventajada, recibía flores, aplausos y celebraba mis logros con champagne, disfrutando de la brisa y el sol. Sin embargo, mis compañeros tardaban más en aprender y aburrida, sintiéndome cada vez más sola, mis ansias por ascender a primera clase, lugar reservado únicamente para los mejores, se transformaron en un deseo tan profundo, que lo que antes amaba, ahora lo odiaba y furiosa, arrojaba las partituras, las flores y los aplausos, a la basura de mi propio desprecio y descaradamente me burlaba de los consejos de mi maestra, que no se cansaba de repetir que la música exigía más estudio que talento y un amor capaz de entregarlo todo, sin esperar nada a cambio. Para mí, que ya casi no dormía de tanto pensar y que durante las noches, vagaba por la cubierta, urdiendo absurdos planes para salirme con la mía, sus palabras eran tan ilusas, como exasperantes. Estaba dispuesta a semejante entrega, pero lo quería todo a cambio. Sabía que no era nada fácil subir a primera, pues era una escalera muy bien custodiada y aunque lograra engañar a los guardias, los empinados peldaños que tendría que enfrentar, me marearían y ese vértigo, sumado a mi nerviosismo y a esa maldita escalera que parecía no tener término, darían por resultado un fracaso tan ridículo como mis intentos y entre esa desalentadora ecuación o atarme al piano para practicar y ascender por mis méritos, me inclinaba por lo segundo, por lo debía partirme los dedos de ambas manos y quebrarme la espalda, todos los días, hora tras hora, pero apenas lograba subir un peldaño. Recuerdo que acababa de cumplir quince años, cuando un día, los inconfundibles compases de la Balada No.1 de Chopin llegaron hasta mí tan intensamente, que luchando por alcanzar esa música, intenté trepar por la paredes, para subir como fuera, pero resbalé y caí al mar. No sé cómo llegué a una isla abandonada y durante meses, cada vez que veía pasar a un barco, le hacía señas y gritaba «¡acá estoy, sálvenme!», pero nadie me oía y la embarcación pasaba de largo. Con el tiempo, ya acostumbrada a verlos pasar, no intentaba llamarlos y volteaba para mirar a otro lado, indiferente. Una tarde, las olas arrastraron hasta la arena, una botella verde, con un mensaje en su interior. Expectante, la destapé y extraje un trozo de partitura, en el que alguien, había escrito, «lee por el otro lado». Lo hice y me encontré con la palabra «escribe». Y en eso estoy ahora, partiéndome los dedos de ambas manos de tanto escribir historias en hojas de árboles exóticos, usando, en lugar de lápices, plumas de gaviotas untadas en una tinta inventada por mí, hecha a base de raíces machacadas, quebrándome la espalda, todos los días, hora tras hora, cada vez que la preparo, sin brisa, sin sol, sin flores, ni aplausos, ni champagne, ni nada que celebrar, con la certeza de que jamás conoceré los Campos Elíseos, siempre sola, desde una isla abandonada».
-Acá termina su narración, el resto son historias que ella escribió, pero no agregó ninguna pista sobre su ubicación y tampoco pide que la rescaten.
«Después de escribir cómo llegué hasta acá, reuní muchas hojas con mis historias, las enrollé, las introduje en la botella verde, la cerré y la devolví al mar. No agregué ningún dato sobre mi ubicación, ni pedí ser rescatada, solo me senté en la arena para observar como la botella se alejaba y mientras ésta se perdía entre las olas, recordé las palabras de mi maestra y pensé que si tan solo una persona, solo una, leía mis relatos, nada habría sido en vano».
-Tal vez, ella descubrió que es feliz viviendo en su isla mamá, es mucho más entretenido ser una náufraga, que una pianista, ¡ella es libre!
«Hoy se cumplen quince años desde que cayera al mar y finalmente, debo reconocer que amo los atardeceres de mi isla, son tan hermosos que no los cambiaría por piano alguno… ¡soy feliz, soy libre!».
-Tienes razón, ella necesitaba libertad para encontrarse y ser feliz, además, escribió muchas historias. Vamos a casa, antes de dormir, ¡te las leeré todas!
«Quizás una niña que juega en la playa encuentre mi botella, se la muestre a su madre y juntas lean mis relatos y me comprendan, quién sabe, soy una náufraga, solo me queda imaginar…»
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