-Nico, ¿cómo te encuentras hoy?
El muchacho permaneció sumido en la pantalla de su celular y no contestó.
-Nico, ¿cómo te encuentras hoy? -insistió el moderador del grupo de adolescentes agobiados crónicos anónimos que, dispersos sobre la alfombra como una mancha de tinta derramada al azar, al igual que Nico, observaban las pantallas de sus respectivos teléfonos celulares, inmersos en su propio mundo y no en la supuesta dinámica grupal.
-Reitero que todo lo que expresen no saldrá de estas cuatro paredes, pero, dado que el propósito de esta terapia es que aprendan a verbalizar lo que sienten, las cuatro paredes no tienen ningún sentido si ustedes no hablan -dijo el moderador con voz pausada y actitud que invitaba a reflexionar.
Nico tardó en percatarse de que la pregunta iba dirigida a él, ya que estaba chateando con el adolescente que estaba a su lado y que le acababa de enviar una foto.
-¡Contesta de una vez, tarado! -exclamó una chica que tenía problemas de concentración e irritabilidad y que, como no lograba retener los nombres de sus compañeros, utilizaba el mismo término para referirse a cualquiera de ellos.
-No lo llames así, recuerda que hasta que no memorices los nombres de tus compañeros, ellos no te llamarán a ti por el tuyo -intervino el moderador, disimulando la antipatía que sentía por ella-. Nico, por tercera vez, ¿cómo te encuentras hoy?
-¡Estoy harto de que me preguntes siempre lo mismo! -estalló Nico, con furia-. Me molesta que me tilden de adolescente problema cuando los aproblemados son mis padres, que prefieren que un tipo treintón, que no conozco, me dé las herramientas para que deje de chatear con gente desconocida que se hace pasar por joven, en lugar de hacerlo ellos.
-Doy por hecho que el tipo treintón al cual te refieres soy yo, ¿o es la persona con la que chateabas?
-¿Hay acá otro tipo que tenga treinta años, aparte de ti? No te hagas, todo en ustedes es de boca para afuera, porque modulan palabras, pero nunca aplican su significado y «amor» es una palabra que se demuestra amando incondicionalmente.
-Supongo que tu amor por ellos es incondicional.
-Sí, pero me frustra que no lo noten. Es fácil amar al hijo perfecto, no así al imperfecto, pero resulta que todos cometemos errores y si prefiero vivir conectado a internet, es asunto mío. Mis padres se desesperan, me amenazan con dejarme sin wifi, pero después me regalan un iPhone para hacer las paces. Son contradictados.
-Contradictorios, no contradictados, Nico -corrigió el moderador-. Por favor, prosigue.
-¡Como sea que se diga! Todos ustedes tienen un doble, triple, séptimo y hasta un noveno discurso y se engañan a sí mismos aparentando lo que no son. Por eso callo, yo vivo de boca para adentro y en mi mundo no existen palabras, existen emociones.
-Acabo de escucharte y créeme que fueron muchas las palabras que fluyeron de tu mundo emocional que, según tú, es de boca para adentro, cuando, en realidad, es de boca para afuera, recuerda que también fui adolescente, Nico -dijo el moderador, haciendo uso de su amplio repertorio de tonos comprensivos, en este caso puntual, el comprensivomelancólico.
-Usted no entiende, a mí me diagnosticaron depresión, pero no me permiten demostrar mi estado depresivo, y ya no doy más de tanto fingir una alegría que no siento para no deprimirlos a ellos, que lo único que hacen es lamentarse cada vez que digo que deseo pegarme un tiro o arrojarme al vacío -dijo el adolescente sentado al lado de Nico, que después lanzó una carcajada y, entre risas, continuó: tengo vértigo y me dan miedo las armas de fuego, no sé cómo es posible que me crean capaz de eso. Es ridículo que después de esos episodios me traten como loco y no pueda asistir al colegio.
-Veo que los tienes en la palma de tu mano -dijo el moderador, esta vez usando un tono comprensivoneutral-. ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que los estás manipulando para no tener que estudiar?
-Él no está manipulando -dijo Nico, enseñandole la foto que su compañero le enviara al inicio de la sesión-. Él sufre, ¿acaso no oyes los gritos de sus brazos pidiendo ayuda?
El silencio rebotó dentro de las cuadro paredes y el moderador, hombre de treinta y cinco años de edad, futuro padre y con un pasado de hijo marcado por una adolescencia traumática, rememoró sus propias heridas y pensó que no eran nada comparadas con esas. De golpe, sintió que le pesaban los pies, las rodillas, las manos, la espalda, la boca, el cuerpo, la vida, el alma, el mundo entero, y con la frente empapada en sudor, buscó una silla y tomó asiento. El grupo de adolescentes, ignorándolo, regresó a su cibernético mundo colectivo. Un mundo plagado de imágenes, sonidos, palabras abreviadas, claves, contraseñas, seguidores, likes, #, @, suplantadores de identidad, bullying, mentes inseguras dentro de cuerpos perfectos, pero insanos y donde hasta el dolor emocional era fotografiado, difundido y comentado. Un mundo al que entraron felices a través de las pantallas de sus teléfonos celulares y del cual emergerían de la misma forma en la que entraron, pero como heridos de guerra.
-Nada es casualidad y todo deja efectos colaterales- murmuró reprimiendo las lágrimas, que horas más tarde derramaría estando a solas y no frente a ellos, un grupo de adolescentes queribles hasta la médula.
-¿Puedo agregarte dentro de mis contactos para que me ayudes a recordar los nombres de mis compañeros? -le preguntó la chica con problemas de concentración, que se había acercado a él y lo miraba con la fuerza que él no tenía.
-Sí -respondió el moderador con un tono de voz que acababa de asimilar y que era comprensivoayudameacomprender-. Hazlo, será un honor poder ayudarte, Esperanza.
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