Para ese amigo infaltable

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Vicente es uno de esos amigos que superan la barrera del tiempo. Esos con los que no cuesta reanudar una conversación que comenzó hace años, pero que pareciera haber comenzado ayer. Esos con los que no hace falta hablar todos los días para tenerlo presente y saber que cuentas con él. Vicente es de esos amigos del alma que te quieren por ser como eres y que, ganes o pierdas, nunca te abandonan. Recuerdo que nos conocimos por esas cosas de la vida que me niego a llamar casualidades, porque el azar poco tiene que ver con la amistad y que, desde entonces, somos como hermanos. Esos hermanos que se pelean por todo, porque Vicente es como esos niños malcriados que afirman tener siempre la razón y que hacen pataletas o se taiman si comprueban que estaban equivocados, pero esos hermanos que, sea como sea, siempre terminan por hacer las paces. Hace poco le propuse, medio en broma medio en serio, que escribiéramos una historia entre los dos y me contestó que no, pero cuando le expliqué que mi idea era que él me personificara a mí y yo a él, cambió de opinión y aceptó. Es probable que el resultado final de nuestro trabajo en conjunto sea una mezcla de nuestras respectivas personalidades o de cómo nos percibimos mutuamente, sin embargo, ahora que lo pienso con mayor detenimiento, Vicente es uno de esos amigos que pesan como fardos sobre la espalda. De esos que conocen la amistad solo en teoría, porque jamás la practican y se apegan a uno como una rémora a un tiburón. Consideran que un amigo es una pared donde afirmarse y que uno debe sostenerlos para que no se desmoronen y uno les cree y hasta les presta su espalda para que los descarados no se lastimen. Vicente, el tipo ese, siempre anda en pose de «pobrecito yo» y vive quejándose, como si uno no tuviera suficiente con sus propios problemas, problemas que, por lo demás, no le interesan. Qué va a ser hermano de alguien ese pedazo de tirano egocéntrico con síndrome del emperador que se impuso como único hijo. No sé como sus padres, que en paz descansen, toleraron vivir bajo el régimen de un dictador que les hacía la vida imposible con sus berrinches y sus estallidos de ira. Es comprensible que ambos murieran de un colapso nervioso. -Vicente, eres tan buena persona- le decían y él, dándoselas de humilde, negaba con la cabeza y musitaba un -no es para tanto ¡Claro que no es para tanto, es más, no es para nada en lo absoluto, infeliz, farsante con delirios de grandeza! Lee la descripción que estoy haciendo de ti y aprende de una vez por todas que no es llegar y personificar a alguien de buenas a primeras. Analiza, cretino, tómate el tiempo de construír un perfil sicológico y después, solo después, dale vida a tu personaje. Maldita la hora que se me ocurrió escribir un texto contigo, porque estoy seguro que la percepción que tienes sobre mí es categórica y rotundamente, distorsionada. Ipso facto, supero la barrera de la luz y procedo a hacer mutis por el foro de este relato y pobre de ti si te atreves a dirigirme cualquier tipo de palabra, frase u oración, porque solo las construyes para pedirme que te preste dinero o para que sea tu aval en alguno de esos préstamos tuyos que nunca pagas. Por tu culpa, imbécil, embargaron los bienes de mi casa y estuve meses durmiendo en un colchón. Que rabia y que ganas de romperte la nariz, Vicente. Créeme que tenía un nudo de frases atoradas en el puño, pero ya no más. Al menos, este texto me ha servido para hacer catarsis y expulzar toda la ira que no sabía que sentía por ti y que, estúpidamente, confundía con amistad. Como cierre, declaro que a partir de este momento la casualidad que nos unió se transforma en decisión, porque he decidido cambiarme el nombre para no llamarme, Vicente, como tú.

Las lágrimas de Apolo

 

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«Il più piccolo felino, il gatto, è un’opera d’arte».
Leonardo

Sí, así es. Soy una obra de arte llamada Apolo, no un lunático, y se precisa estar loco de remate o ser un completo estúpido para aventurarse dentro de un agujero de gusano; por lo tanto, si la manzana llega a dar señales de vida, me haré el desentendido. Es de conocimiento felino masivo que los humanos no están preparados ni física, ni mentalmente para enfrentar una realidad que no sea la suya y que no son aptos para sobrevivir dentro de cualquier tipo de universo paralelo sin la compañía de un gato, pero ni por todo el atún del mundo me precipitaría dentro del agujero de esa lúgubre manzana para encontrar a la susodicha. Hasta el felis catus más básico sabe que corre peligro si se embarca en un proyecto espacio-temporal para hacer las veces de GPS y guiar a su mascota humana hasta la salida, así es que me niego rotundamente a ir por ella. Un lector perspicaz ya habrá notado que la idea de entrar a la dimensión desconocida para rescatar a mi amiga no me atrae en lo absoluto y que, aunque no puedo dejar de pensar en ella, mi lógica es más fuerte que mi amor. Prefiero dar por terminada nuestra relación y rehacer mi vida con la anciana de la casa contigua. Es algo ruda, pero la mala reputación que la precede y las habladurías del vecindario, me parecen en extremo ficticias y no les doy ningún crédito. Es ilógico que una persona se rodee de gatos solo para hacerles daño, ¿o no? Mi amiga nunca me hizo nada malo; no obstante, imaginarla deambulando por un intersticio del tiempo en compañía de un vil gusano desconocido, me descoloca. Solo espero que el universo contenido dentro de la manzana más importante de mi existencia y que, dicho sea de paso, acaba de reabrir su agujero, le proporcione agua, oxígeno y full HD.
-¡Gato malo, si no dejas de jugar con esa mugrosa manzana te las verás conmigo! -rugió la anciana de la casa contigua haciendo crujir sus mandíbulas y emanando un hedor a maldad que confirmaba tanto las habladurías del vecindario, como su mala reputación.
Vaya, acabo de viajar a la velocidad de la luz y estoy gratamente sorprendido. Ahora comprendo que el gato que mi amiga intentó tocar era yo en el futuro y que su intención era salvarme de la vida que llevaría junto a esa anciana sádica y perversa. Cuanta luz, acá las cosas caen en sentido contrario y todo parece estar al revés; sin embargo, es tan hermoso. Incluso puedo escuchar los latidos de mi corazón uniéndose a los latidos del entorno que me rodea y siento un amor indescriptible. Este universo debe ser como un inmenso corazón que late en perfecta armonía con todos y cada uno de sus habitantes. Mi amiga ya no me necesita, porque acá encontró lo que nadie, ni siquiera yo, fue capaz de darle. Sé, porque no necesito verla para sentirla, que está contemplando como ese banco de peces multicolores que vuela hacia el amanecer parece ser el reflejo de esa bandada de pájaros que, sumergidos en la profundidad de un océano de estrellas fugaces, persigue a un atardecer. Sé que le recuerdan a las golondrinas cuando migran durante el invierno y también sé que su mayor anhelo es encontrar un trébol verde de tres hojas para retener ese recuerdo y no olvidar sus orígenes, porque aunque acá hay muchos tréboles, todos tienen cuatro hojas y son azules. Entonces, maullando de nostalgia hasta ponerme a llorar, noté que mis lágrimas subían para transformarse en pétalos y formar una flor destinada solo para ella, pero que nunca le podría entregar.
-Cuchito mío, no llores, acá estoy -dijo la amiga de Apolo que, emocionada y sosteniendo una inmensa flor azul de cuatro pétalos, no dejaba de sonreír-. Siempre supe que vencerías tu miedo a los agujeros de gusano y que entrarías a la manzana para llevarme de regreso a casa.
Como no se precisa estar cuerdo, ni ser superdotado para tener un excelente sentido de orientación espacial, en un abrir y cerrar de ojos, atravesamos el túnel del tiempo y salimos de la manzana bajo la mirada atónita de la anciana de la casa contigua, quien, creyendo ser testigo de un milagro, se volvió buena. La flor que mis lágrimas hicieron para mi amiga, y que sí le pude entregar, siempre me recordará que ella y yo estuvimos en un universo lleno de tréboles azules y donde todo parecía estar al revés, excepto la lógica, porque era más débil que el amor. Ahora, ambos sabemos que nuestra realidad transcurre dentro de una manzana que contiene a otra y esa otra a otra y que nunca nos separaremos, porque en cuanto dejé de llorar la abracé tan fuerte, tanto, que los latidos de su corazón se unieron a los míos hasta formar un solo corazón. Soy una obra de arte que ronronea, mi nombre es Apolo, vivo con mi mejor amiga y soy el gato más feliz de todos los multiversos.