Lejos, muy lejos de nuestros pensamientos conscientes, en lo más recóndito de nuestra mente, junto al mundo de los sueños y de los recuerdos felices, existe un lugar tan especial, que con el tiempo nuestra memoria lo oculta incluso de nosotros. En ese lugar viven los amigos imaginarios de nuestra infancia. Ellos nos hicieron creer que hasta lo más inverosímil puede ser real.
-Lo acabo de escribir. ¿Qué opinas?-pregunté.
-Interesante, ¿tú también tienes una amiga imaginaria?-me preguntó Ciruela.
-No, tú eres mi única amiga y no eres imaginaria, eres real -le contesté.
-¿Por qué dices que soy real? -volvió a preguntar.
-Porque solo una persona real puede imaginar a otra, ¿no lo sabías?
-Haba, estás en un error -me corrigió-. Acá, la única amiga imaginaria soy yo, por la sencilla razón de que ninguna niña de carne y hueso podría llamarse Ciruela.
-Tu nombre no es sinónimo de irrealidad; por lo demás, no es culpa mía que tengas un nombre frutal, Ciruela -repliqué, sin poder contener la risa.
-No seas infantil -dijo Ciruela, con el tono que usaba cuando deseaba imponer una idea o demostrar que tenía la razón en algo-. Tú eres real porque existes en múltiples planos y si carecieras de imaginación, no podrías estar charlando conmigo.
-Eres una sabelotodo- exclamé-. Ahora comprendo por qué no tienes amigas reales.
-Haba, qué no estés de acuerdo conmigo, no te da derecho a insultarme.
-Lo siento -me excusé-, no fue mi intención herir tus sentimientos.
-¿Cómo pudiste echarme en cara mi soledad? -me interrogó Ciruela, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas pecosas, haciéndome sentir tan culpable, que incapaz de consolarla, bajé el rostro para llorar en silencio.
-Pensé que eras mi amiga -prosiguió-. ¿Cómo alguien puede ser tan cruel? -y estalló en un llanto atronador.
-¡Basta! -chilló un niño pequeño, disfrazado de Batman-. No quiero ser amigo de un par de hortalizas lloronas, voy a llamar a mi mamá para que las eche y no vuelvan más.
Algo similar a un atisbo de recuerdo, como cuando se guarda algo especial en un lugar tan recóndito que nuestra memoria lo oculta incluso de nosotros, comenzó a aflorar y muda, me acerqué a él, para observarlo de cerca y recordé.
-Este es uno de esos momentos ya vividos -murmuré atónita-. Ciruela, acabo de recordar que el chico del disfraz comenzó a imaginarnos desde que su madre le dijera que las frutas y las verduras son sus amigas.
-Me extraña que hables así -replicó Ciruela-. Pensé que estabas dándole vida a tu personaje de amiga imaginaria con crisis existencial y te seguí el juego.
-Necesito saber quién soy, dime quién soy -le imploré a Ciruela, apretando sus hombros con desesperación.
Suéltame, me lastimas -susurró Ciruela, instándome a la calma-. Escucha, si no fuera por la mente de este niño bobo, tú y yo no existiríamos, así que si queremos afianzar nuestra amistad imaginaria, debemos actuar con cuidado.
-Déjà vu -dijo el niño, mirándolas con simpatía-. Un momento que sentimos haberlo vivido antes, se llama déjà vu.
Fue así como Haba y Ciruela, el par de niñas pelirrojas con nombres que no eran, precisamente, de hortalizas, afianzaron tanto sus lazos amistosos, que cuando el niño las olvidó, ellas no sintieron tristeza. Solo se tomaron de las manos y tras besar la frente del pequeño que las había imaginado, partieron a un lugar tan especial, que con el tiempo, nuestra memoria lo oculta incluso de nosotros. Lejos, muy lejos, hasta que un día, algo similar a un momento ya vivido, nos hace recordarlo.
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