Djarnas. 2.

Comparto esta historia porque creo en ella y en el talento de su autor, mi querido amigo Israel.

El destrío

El carro alcanzó de nuevo el horizonte.

-Quiero hablarte, djarn’fah. Hoy los dingos han comido carne djarna. Yo vengo de un pueblo que conoce el arte de la guerra. Sé de formas para ganar los ataques sin perder tantas vidas.

Ash, curtida en mil batallas, no podía tolerar que una recién llegada la pusiera en evidencia. Decirle como tenían que luchar, en contra de su tradición, era una afrenta y sobre todo la prueba más clara de que tenía ante sí a una futura rival.

-No ha llegado todavía el momento en que una esclava le diga a la djarn’fah lo que tiene que hacer.

-Soy djarna. He pasado la gran prueba. Me he ganado mi primera pulsera.

-Bruma ha matado a muchos mas hombres que tú. ¿Acaso ella se atreve a decirme cómo tengo que conducir a mis guerreras?

Las djarna rompieron a reír. Tsun, en la distancia, rogó por que Ash se…

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Una entrevista no publicada

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-Buenas noches, usted es reconocido por su inteligencia. Desde su óptica, ¿cómo identifica a una persona inteligente?
-Buenas noches, contestando a tu pregunta he notado que un humano inteligente es aquel que no necesita demostrar que lo es; por lo tanto, una persona que nunca hace manifestaciones excesivas o innecesarias de su inteligencia es en extremo inteligente.
-Según usted, ¿la inteligencia humana va en ascenso o atraviesa por un momento de declive?
-Ni en ascenso ni en declive. Si bien la humanidad ha mutado en múltiples aspectos, en otros se mantiene con las mismas características de un cavernícola.
-En ese sentido, ¿qué aspectos destacaría?
-No pretendo ser pedante, pero ya que mi profesión implica un alto grado de observación he constatado innumerables casos de personas brillantes que suelen opacar su talento, haciéndose pasar por tontas para no sobresalir de la masa conformada mayormente por humanos promedio y bajo promedio, que no toleran que existan mentes superiores a las suyas. Para el mediocre, ojalá todos fueran tanto o más mediocres que él, para así pasar inadvertido y camuflarse con el resto de sus congéneres. Tal fenómeno me hizo concluír que los imbéciles más destacados de la historia no presentan ninguna diferencia con sus pares anónimos y que el mejor método de un inteligente para parecer tonto es demostrar que, en efecto, es inteligente.
-¿No le parece que su conclusión es algo desconcertante?
-En lo absoluto.
-Pero usted es una eminencia en términos de intelecto, no en vano un destacado productor de cine independiente financió la realización de un cortometraje sobre su vida, y los principales medios escritos,  lo sitúan entre las figuras más relevantes de la actualidad gracias a sus osadas manifestaciones de genialidad, por algo lo estoy entrevistando, ¿comprende?
-Me hago cargo de tu desconcierto y espero poder aclarar tu confusión.
-Honestamente, ¿usted es un tonto que intenta parecer inteligente o un inteligente que intenta demostrar lo contrario?
-Mi respuesta a tu primera pregunta es lo que, honestamente, soy.
-Vaya, debo ser cuasi border, porque sigo sin entender, pero para finalizar, ¿considera que existe un nexo entre creatividad e inteligencia?
-Citando a Albert Einstein, «la creatividad es la inteligencia divirtiéndose».
-Muchas gracias, fue un un placer entrevistarlo.
-Gracias a ti; sin embargo, te aconsejo que no publiques esta entrevista, sino tu disfraz de tonto se arruinará y quedarás al descubierto al igual que yo.

Un encuentro soñado

 ―¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar, para salir de aquí? ―pregunté.

―Eso depende de adónde quieres ir ―respondió el Gato.

―Quiero ir a mi pasado, a mis lecciones de piano, a mis ganas de aprender, a mi talento, a mi entrega, a no dejarme abatir por nada ni por nadie y regresar convertida en una gran pianista ―afirmé.

―Entonces no importa qué camino tomes ―replicó el Gato―, ningún camino te conducirá al pasado.

―Pero este es el País de las Maravillas, Alicia me dejó entrar; dime al menos, qué camino podría ser el más indicado ―rogué al Gato.

―Si fueras a tu pasado, de todas formas tendrías que regresar acá para preguntarme qué camino debes tomar para salir de aquí ―repuso el felino―. Piensa en tu presente, ¿adónde quieres ir?

―Te lo acabo de decir, quiero ir adónde pueda recuperar el talento que perdí, solo que a veces no puedo evitar ponerme a pensar cuán distinta sería mi vida de ser yo una gran pianista, y es entonces cuando me cuestiono si es ahí donde quiero ir, tú debes saberlo, se tiende a idealizar el pasado, entonces Gato… ¿Gato? ―miré al árbol y él ya no estaba.

―Gato malo, me dejó hablando sola ―murmuré―. Salir de aquí es pan comido, yo misma planifiqué este encuentro durmiéndome a propósito en esta página solo para conocerlo y preguntarle qué camino debo tomar, pero el muy astuto desapareció y ahora tendré que despertar sin saber qué hacer.

―¡Fíjese por dónde camina! ―dijo el Conejo blanco― ¡Voy retrasado!.

―Le ruego me perdone, estaba pensando en otra cosa.

―Voy retrasado! ―repitió, y se marchó mirando su reloj.

Observé cómo se alejaba y, decepcionada, reanudé mi caminata, pensando.

―¡Lo tengo! ―exclamé― En cuanto despierte voy a pedirle a Dorothy que me deje entrar a Oz, recorreré el camino amarillo, conoceré al Mago y le pediré ser una gran pianista.

―¿Sabías que estás loca? ―me preguntó la sonrisa flotante del Gato, desde lo alto de un árbol.

―Claro que lo sé, de lo contrario no estaría aquí conversando contigo, arriesgándome a una demanda por plagio y derechos de autor. Qué torpeza la mía.

―Ser una gran pianista ha de requerir de mucho talento ―dijo él, ya transformado en gato.

―Así es.

―Mucha fortaleza.

―Eso creo.

―Mucha humildad.

―Supongo.

―Si logras encontrarte con ese mago, no le pidas ser una gran pianista.

―¿Por qué no?

―Conozco a Oz, él refuerza, no otorga… ―dijo el Gato mientras desaparecía.

―¿Qué tengo que reforzar, dime, el talento, la fortaleza, qué?

―Depende del camino que tomes.

Y su sonrisa desapareció al igual que el sonido del bosque, la Liebre de Marzo, el reloj y las voces de los bebedores de té, diciendo “no hay lugar”, se hicieron cada vez más lejanas, hasta extinguirse y comencé a parpadear, a abrir los ojos, sin embargo…

―¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar para no salir de aquí, pues descubrí que deseo vivir para siempre en el País de las Maravillas?

―Simple, no despiertes.

Portada: http://apofiss.deviantart.com/

Teatro&Póquer

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Tengo la suerte de ser el suplente de un pésimo actor teatral uno que, ya sea por falta de talento o por cobardía, se niega a salir a escena sin dejarme otra alternativa que, noche tras noche, dar la cara por él. Egocéntrico, falto de profesionalismo y joven para ser tan explotador, poco le importan mis sentimientos y mi cansancio; para él soy un naipe comodín que le simplifica la existencia, pues aunque él desea ser el As, prefiere no mostrar sus cartas y ocultarse tras de mí. Como si nuestro teatro fuera un juego de póquer y él fuera un observador de un jugador, jamás ha enfrentado al público, pero lo critica como si lo conociera de sobra y, dándose ínfulas de experto, descaradamente se sienta en su camarín a darme charlas sobre el método Stanislavski, el comportamiento de las masas o cómo dominar el pánico escénico, mientras yo repaso sus líneas. Por él he recibido rechiflas, bromas de mal gusto, silencios angustiantes y uno que otro aplauso, aunque pocos. Supongo que al igual que muchos otros actores, espera una ovación cerrada, vítores, hurras, flores lanzadas desde la platea, pero yo solo soy un suplente, no un actor y como tal, no tengo autorizado salirme del libreto ni mucho menos, modificarlo. No descarto la posibilidad de que no empatice con su personaje, pero dado que la obra pertenece a la comedia del absurdo, su actuación podría ser magistral si el que interpretara su rol, fuera él y no yo, su suplente. No obstante, esta noche tendrá que llevar a la práctica todo su conocimiento teórico, pues me he reportado enfermo. Sé, porque lo conozco mejor que él mismo, que entre ocultarse entre bambalinas o salir a escena, optará por lo último y también sé que aunque esté muerto de miedo, sude, tartamudeé o le lancen uno que otro tomate podrido, saldrá digno. Yo, al menos, estaré feliz y lo aplaudiré de pie, porque después de semejante bochorno, me hará a un lado y será el primero en salir a escena y poco le importará si lo abuchean o lo ovacionan, ni se detendrá a pensar si tiene o no tiene talento, o si es un gran o un pésimo actor, pues gane o pierda, jugará al póquer, mostrará sus cartas, actuará y no volverá a esconderse tras de mí, que tendré la suerte de haber sido el suplente de un espléndido actor teatral.

Un verso de Baudelaire

EMBRIAGAOS
Hay que estar siempre ebrio. Todo está ahí: ésa es la única cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo que rompe vuestras espaldas y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.
Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, lo que prefiráis. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, sobre la escalinata de un palacio, sobre la verde hierba de un foso, en la soledad sombría de vuestro cuarto, os despertáis, ya menguada o desaparecida la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, os responderán: “¡Es la hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, lo que prefiráis”.

Charles Baudelaire

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Redención

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Todo comenzó en el Viejo Mundo. El daguerrotipo había sido reemplazado por el calotipo, sistema en el que un solo negativo podía dar lugar a varios positivos. Recuerdo que gracias al hiposulfito de sodio y al papel de albúmina, las imágenes comenzaron a fijarse de modo permanente. Solo era cosa de posar ante la cámara y aguardar a que el fotógrafo disparara el obturador. De ese modo, la imagen latente, aún no visible, pero existente dentro del engranaje de la cámara, permanecería una vez fuera revelada. Para mí, un pasante al servicio de Lord Thomas, el asunto me parecía inalcanzable, no así para él, que decidió retratarse con Daryl, un artista de la fotografía del cual se rumoreaba que su talento provenía de las entrañas del mismo infierno. Ese rumor, más los chismes de Lord Thomas,  sobre la vida licenciosa del fotógrafo, marcada por el láudano y el licor de absenta, acrecentaron mis secretas ansias por conocerlo. Para ello, el día de la sesión, inventé un pretexto para estar presente y Lord Thomas, como todo narcisista patológico, accedió de inmediato. En cuanto vi a Daryl, una mezcla de rechazo y atracción me erizó la piel. Bastó una mirada para que sus ojos, verdes como el ajenjo, me confirmaran que su don provenía de una sórdida oscuridad alojada en su alma que, clamando por la luz de la redención, me pedía sacrificar mi alma para salvar la suya. Después de ese encuentro, Daryl y yo, nos volvimos inseparables y minimizando el precio que tendría que pagar, me dejé retratar por el lente de su cámara roja, que solo usaba para sus «elegidos». Mi calotipo fue un éxito. Finalmente Daryl había alcazado la perfección inmortalizándome en cuerpo y alma, pero para no levantar sospechas, especialmente las de Lord Thomas, decidimos abandonar Londres para asentarnos en América. Admito que la travesía en barco fue riesgosa, como si el océano intuyera nuestra oscuridad y luchara por ahogarnos, pero los vapores de la pipa de Daryl me sumieron en un estado de relajación absoluta. Solo nos bastaba mantener el negativo de mi calotipo a salvo para conservarme joven y así estar juntos para siempre, pero no fue así. En cuanto arribamos, Daryl comenzó a envejecer y murió en mis brazos, implorando piedad. Desde su muerte, deambulo por el mundo con aspecto juvenil, pero agobiado por el peso de mis años. He sido testigo de todas las atrocidades del siglo XX y ahora tendré que serlo de éste. Mi vida se reduce a huir de un lugar a otro, con un patético puñado de amantes ocasionales, que han dilapidado lo que me queda de alma y de la pequeña fortuna que heredé de Daryl. Cada tanto debo atrincherarme en un cuarto oscuro, rodeado de químicos y papeles de fotografía para reproducir el negativo que me hiciera inmortal. La odisea por conseguir los materiales y la luz roja, casi tanto o más obsoleta que yo, me hacen recordar la maldita cámara de Daryl. Ya poco me importa si salvé su alma o si ésta arde en el infierno, producto de la ironía. La fugacidad de su vida, más el hastío de mi inmortalidad, me hacen pensar que no existe cielo, ni infierno, sino algo tan puro y simple que escapa a nuestra naturaleza. Tal vez, todo comienzo finaliza con una sentencia. Por mi parte, no espero perdón alguno y hoy cometeré el error de un principiante, cuando en pleno proceso de rebelado, abra la puerta de par en par para que la luz solar inunde cada centímetro de la oscuridad que me rodea. Velar el negativo de mi propia vida será mi redención y la de Daryl, y aquellas miles de imágenes que aniquilan mis pensamientos se esfumarán conmigo, al igual que mi nombre.

Un atisbo de recuerdo

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Lejos, muy lejos de nuestros pensamientos conscientes, en lo más recóndito de nuestra mente, junto al mundo de los sueños y de los recuerdos felices, existe un lugar tan especial, que con el tiempo nuestra memoria lo oculta incluso de nosotros. En ese lugar viven los amigos imaginarios de nuestra infancia. Ellos nos hicieron creer que hasta lo más inverosímil puede ser real.

-Lo acabo de escribir. ¿Qué opinas?-pregunté.

-Interesante, ¿tú también tienes una amiga imaginaria?-me preguntó Ciruela.

-No, tú eres mi única amiga y no eres imaginaria, eres real -le contesté.

-¿Por qué dices que soy real? -volvió a preguntar.

-Porque solo una persona real puede imaginar a otra, ¿no lo sabías?

-Haba, estás en un error -me corrigió-. Acá, la única amiga imaginaria soy yo, por la sencilla razón de que ninguna niña de carne y hueso podría llamarse Ciruela.

-Tu nombre no es sinónimo de irrealidad; por lo demás, no es culpa mía que tengas un nombre frutal, Ciruela -repliqué, sin poder contener la risa.

-No seas infantil -dijo Ciruela, con el tono que usaba cuando deseaba imponer una idea o demostrar que tenía la razón en algo-. Tú eres real porque existes en múltiples planos y si carecieras de imaginación, no podrías estar charlando conmigo.

-Eres una sabelotodo- exclamé-. Ahora comprendo por qué no tienes amigas reales.

-Haba, qué no estés de acuerdo conmigo, no te da derecho a insultarme.

-Lo siento -me excusé-, no fue mi intención herir tus sentimientos.

-¿Cómo pudiste echarme en cara mi soledad? -me interrogó Ciruela, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas pecosas, haciéndome sentir tan culpable, que incapaz de consolarla, bajé el rostro para llorar en silencio.

-Pensé que eras mi amiga -prosiguió-. ¿Cómo alguien puede ser tan cruel? -y estalló en un llanto atronador.

-¡Basta! -chilló un niño pequeño, disfrazado de Batman-. No quiero ser amigo de un par de hortalizas lloronas, voy a llamar a mi mamá para que las eche y no vuelvan más.

Algo similar a un atisbo de recuerdo, como cuando se guarda algo especial en un lugar tan recóndito que nuestra memoria lo oculta incluso de nosotros, comenzó a aflorar y muda, me acerqué a él, para observarlo de cerca y recordé.

-Este es uno de esos momentos ya vividos -murmuré atónita-. Ciruela, acabo de recordar que el chico del disfraz comenzó a imaginarnos desde que su madre le dijera que las frutas y las verduras son sus amigas.

-Me extraña que hables así -replicó Ciruela-. Pensé que estabas dándole vida a tu personaje de amiga imaginaria con crisis existencial y te seguí el juego.

-Necesito saber quién soy, dime quién soy -le imploré a Ciruela, apretando sus hombros con desesperación.

Suéltame, me lastimas -susurró Ciruela, instándome a la calma-. Escucha, si no fuera por la mente de este niño bobo, tú y yo no existiríamos, así que si queremos afianzar nuestra amistad imaginaria, debemos actuar con cuidado.

-Déjà vu -dijo el niño, mirándolas con simpatía-. Un momento que sentimos haberlo vivido antes, se llama déjà vu.

Fue así como Haba y Ciruela, el par de niñas pelirrojas con nombres que no eran, precisamente, de hortalizas, afianzaron tanto sus lazos amistosos, que cuando el niño las olvidó, ellas no sintieron tristeza. Solo se tomaron de las manos y tras besar la frente del pequeño que las había imaginado, partieron a un lugar tan especial, que con el tiempo, nuestra memoria lo oculta incluso de nosotros. Lejos, muy lejos, hasta que un día, algo similar a un momento ya vivido, nos hace recordarlo.