El Lobo hombre

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Cuenta la leyenda que un lobo, después de ser atacado por un hombre, todas las noches de luna llena se aparta de su manada, semiconvertido en hombre, para no devorar a sus compañeros. Ellos no lo rechazan, tampoco intentan asesinarlo, son lobos, son sabios, comprenden la dolorosa soledad que debe implicar su transformación y respetan que en lugar de aullarle a la luna, se aleje discretamente, como si sintiera verguenza. Ellos saben que lo hace para protegerlos de él mismo; sin embargo, lo que ellos no saben es que, además, lo hace para protegerlos de un hombre que, después de ser atacado por un lobo, todas las noches de luna llena, se transforma en un especimen muy similar a ellos y que solo una bala de plata puede terminar con su vida. Tampoco saben que aquel hombre y aquel lobo comparten un fragmento de sus almas, desde que una noche, ambos, hombre y lobo, guiados por el instinto, al encontrarse en un claro del bosque, se atacaran mutuamente, en una lucha tan brutal y tan intensa, que cada vez que la luna se encuentra en su apogeo, mientras uno se vuelve lobo, el otro se vuelve hombre. La razón por la cual no lo saben, aunque lo intuyen, se debe a que como todo lobo, su compañero siempre será más lobo que hombre y, por naturaleza, ningún lobo ataca a los suyos, pues en ellos prima la lealtad y la inteligencia, no así la traición y la insensatez, que suele primar en esos seres de cuerpo erguido y rostro plano, ya que es en ellos y no en los lobos donde late el verdadero depredador, el más feroz y despiadado de todos, capaz de exterminar al mundo si se lo propone: el hombre.

16:30

 

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Sonó el teléfono por quinta vez. Molesta, porque mis intrucciones eran que no se contactara conmigo, salvo que se tratara de un asunto de extrema importancia, levanté el fono.

-Fabiola, sé que eres tú, te dije que no me llamaras.

-Disculpa, lo sé, pero tú no estás respestando nuestro acuerdo -contestó.

-Tú eres la que no lo esta respetando.

-Se supone que soy tu seudónimo, pero tú y yo sabemos que no es así…

-¿A qué te refieres?

-Verás, tú no solo estas haciendo uso de mi nombre, también usas mi aspecto, mis recuerdos, mis sueños, mi vida entera… -se escuchó un crujido y su voz se quebró, probablemente por su estado nervioso.

-Cálmate Fabiola, no es tan grave, puedo explicártelo todo.

-Te propongo algo -sugirió-, ¿recuerdas el café donde nos conocimos?

-Por supuesto que sí -afirmé-, supongo que deseas que nos encontremos.

-Supones bien, ¿tienes donde anotar?

-No, pero tengo buena memoria -respondí.

-La tienes cuando te conviene, anota: 16:30, blusa negra y cabello tomado.

-Perfecto. Y tú Fabiola, ¿puedo saber como irás? -pregunté

-Blusa blanca y cabello suelto. Te espero.

-Está bien, pero no me llames para apurarme, ya sabes que suelo ser algo impuntual.

Corté sin despedirme. Si ella estaba en lo cierto, realmente no era un asunto tan grave. Al fin y al cabo, se trataba de un blog, inmerso en un mundo de cientos de blogs; por lo tanto, que más daba si alguien se enteraba que el seudónimo no era tal, sino una persona de carne y hueso, casi idéntica a mí. Debería usar mi nombre -pensé-, cómo desearía escribir libremente, alejarme y viajar por el mundo entero, recorrer cada rincón, escalar montañas, conocer ambos polos, en lugar de perder mi tiempo conversando con ella. Mi único problema era que no tenía su número para llamarla y anular la cita, a no ser que verificara el registro de la última llamada recibida. Esto es injusto -murmuré-, yo debería ser la que estuviese enojada con ella por no seguir las instrucciones. Molesta, tomé el teléfono y marqué rediscar, pero nadie respondió, volví a hacerlo unas cuantas veces, hasta que levantó el fono.

-Fabiola, sé que eres tú, te dije que no me llamaras.

-Disculpa, lo sé, pero tú no estás respetando nuestro acuerdo -contesté.

-Tú eres la que no lo esta respetando.

-Se supone que soy tu seudónimo, pero tú y yo sabemos que no es así…

-¿ A qué te refieres?

-Verás, tú no solo estas haciendo uso de mi nombre, también usas mi aspecto, mis recuerdos, mis sueños, mi vida entera… cubrí el fono, porque mi voz se quebró, al borde del llanto.

-Cálmate Fabiola, no es tan grave, puedo explicartelo todo.

-Te propongo algo -sugerí-, ¿recuerdas el café donde nos conocimos?

-Por supuesto que sí -afirmó-, supongo que deseas que nos encontremos.

-Supones bien, ¿tienes dónde anotar? -pregunté.

-No, pero tengo buena memoria.

-La tienes cuando te conviene, anota: 16:30, blusa blanca y cabello suelto.

-Perfecto. Y tú Fabiola, ¿puedo saber cómo irás?

-Blusa negra y cabello tomado -respondí-. Te espero.

-Esta bien, pero no me llames para apurarme, ya sabes que nunca soy impuntual.

Ambas cortaron sin despedirse. Horas más tarde, ninguna de las dos acudió al encuentro, pues la de blusa blanca y cabello suelto lo olvidó por completo, y la de blusa negra y cabello tomado se retrasó tanto, que decidió no ir y hacerse la desentendida. Sin embargo, ambas tuvieron suerte, pues ese día, a las 16:30 en punto, el café cerró sus puertas para siempre, pues Fabiola, su dueña, de blusa blanca con rayas negras, aceptó la oferta de venderlo a una inmobiliaria para dedicarse a escribir libremente y a viajar por el mundo entero, a recorrer cada rincón, a escalar montañas y a conocer ambos polos.