Duda recursiva

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A veces pienso que pienso, que estoy pensando que pienso demasiado, sin embargo, cuando intento dejar de pensar, me pongo a pensar que pienso que no estoy pensando, por lo tanto, pienso que sigo pensando.

-¿Pensaré demasiado, tú qué piensas?
-Pienso que solo piensas en ti, eso pienso.

El rey ha muerto: ¡larga vida al rey!

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Comparar al ajedrez con el mundo no es nada nuevo; de hecho, el ajedrez fue creado para comparar al mundo con él. Su historia y su origen abarcan siglos de generaciones, de guerras entre cruzados y sarracenos, entre sajones y normandos, de partidas entre innumerables reyes, reinas y poetas que, partida tras partida, lo perfeccionaron hasta transformarlo en lo que es ahora, un tablero con 64 casillas y con 32 piezas en total, divididas en 16 blancas y 16 negras; es decir, 2 equipos contrarios, cada uno con 1 rey, 1 reina, 2 torres, 2 alfiles, 2 caballos y 8 peones, todos ellos siempre dispuestos a enfrentarse por medio de 2 jugadores que, a su vez, también se enfrentan entre sí y que sin hacer trampa alguna, respetando las reglas y acudiendo a diversas estrategias para ganar, logran dar por finalizada la partida cuando uno de ellos, tras derrotar a su oponente, pronuncia «jaque mate»… el Rey ha muerto.

PS: El rey ha muerto, larga vida al rey y a «la reina y su corcel»

La Reina y su Corcel

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Existe un inmenso tablero de ajedrez, tan parecido al mundo, que hasta podría confundirse con él, pues en sus casillas, tan altas como las montañas, habitan piezas tanto o más brillantes que las personas, capaces de tomar sus propias decisiones, prescindiendo de un par de jugadores que decidan por ellas. Como si fuera el mundo, estas piezas viven en eterno conflicto, siempre debatiéndose entre el negro y el blanco, y aunque ya algunas descubrieron el gris, color que, probablemente les brindaría el equilibrio, para ahorrarse problemas optan por ser de uno u otro bando. Es cíclico, un día halagan a la corte blanca y detestan a la corte negra, y al día siguiente viceversa, y si por esos azares del destino existiera una corte de reyes amarillos, rojos o azules, su batahola alcanzaría dimensiones épicas y es fácil suponer, que su encumbrado tablero terminaría por hacerse trizas entre lo alto de las montañas y nadie se enteraría. En una ocasión, a causa de las ventiscas, ambos reyes enfermaron de gripe y, delirando producto de la fiebre, fueron confinados a sus respectivos aposentos. Tal situación enfureció a ambos séquitos; entonces, con el caos desatado al máximo, el caballo blanco más antiguo, harto de tantas riñas y preocupado por que la «brillantez» imperante terminara por consolidarse y el tablero se desbarrancara, saltó en un espectacular movimiento de L, para hablarles a todos con franqueza.

-Necesito conversar con ustedes -dijo en voz alta y seria-. Recuerden que a pesar de nuestros colores y de nuestros rangos, todos somos piezas y si estamos acá no es para cumplir con un deber que nos haya sido impuesto, sino por un deseo, que nuestra propia voluntad nos impone.

-¡No es cierto! -gritó una torre blanca.

-¿Quién rayos es este equino para sermonearnos? -rugió un alfil negro.

-Conozco a este caballo -exclamó uno de los peones-. Por culpa de él, tres de mis compañeros quedaron malheridos.

-¡A él! -gritó otro peón.

-Por favor, cálmense -pidió el caballo-. Estoy al tanto de que ambos reinos tenemos graves problemas financieros, pero seamos dignos, lo nuestro es el ajedrez y no todo consiste en qué reino aporta más o menos riquezas. Comprendan que la felicidad no es atesorar bienes, sino hermosos trozos de vida para después unirlos, transformándolos en eternidad.

-Estamos hablando de economía, no de eternidad -gruñó un alfil blanco.

-Debo admitir que eres un trebejo bastante sabio -acotó la reina negra-. ¿Piensas que en algún momento podamos vivir en paz?

-Tal vez si ambos reinos se fusionaran y no nos separaran casillas, podríamos vivir en armonía, pero mientras eso no ocurra, solo podemos apelar a nuestro sentido común y a nuestra tolerancia.

-Así es amado corcel -exclamó la reina blanca emocionada-. Tú me enseñaste a ser noble y generosa, y por ese motivo doné mi riqueza personal a las familias de los soldados caídos en combate. Escuchadme todos -habló ella con pasión-, los bienes espirituales superan a los materiales, unamos nuestras fuerzas y salgamos adelante.

Minutos después de la arenga, la reina y su corcel fueron expulsados del tablero por una chusma de piezas, armadas con antorchas y tridentes, para vagar por las montañas entregados a su caprichosa suerte y nadie volvió a saber nada más de ellos. Luego, dando muestras de una exquisita creatividad, se las ingeniaron para sustituirlos y retornaron a su eterno conflicto, siempre debatiéndose entre el negro y el blanco, como si fuera el mundo.

Resistir

Nacemos y crecemos forjando sueños.

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Inevitablemente, muchos de ellos estallan como si fuesen simples burbujas de jabón.

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No importa quién eres, solo importa que tuviste un sueño, pero no lo lograste y caíste.

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Entonces, habiendo perdido la batalla contra el fracaso, caemos como muñecos de trapo, con el alma rota al igual que nuestros sueños.

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Resiste, levántate y vuelve a soñar, porque aunque caigas mil veces, mil veces tendrás que levantarte, sacudirte el polvo, sanar tus heridas y reanudar tu caminata, siempre firme, dispuesto a ayudar a otro caído y dispuesto a aceptar que volverás a caer.

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Agradecer en vida

Siempre me pareció que mi madre era demasiado estricta conmigo, sin embargo, ahora comprendo que su exigencia fue una demostración de que yo podía hacerlo mejor y de su confianza en mí. En una ocasión, me sugirió leer Hamlet de William Shakespeare, un clásico de la literatura universal conocido por todos y cuyos consejos, jamás olvido.

«Cuida tu carácter. No les des lengua a tus pensamientos, ni actuación a tus ideas descabelladas.
Sé amistoso, pero por ningún motivo vulgar.
Los amigos que tienes, aférralos a tu alma con zunchos de acero.
Evita meterte en grescas, pero si estás en una, haz que tu adversario se cuide de ti.
Ofrécele a todos tu oído, pero a pocos tu voz.
Y sobre todo, sé sincero contigo mismo.
Entonces sucederá, como la noche al día, que no serás falso con nadie. »

( gracias mamá…)

PF_Máquina_de_escribir_11052016032222215Esta vez, no se trata de la máscara, sino del trastorno de personalidad disociativa y evitadora, donde incluso se entablan relaciones y conversaciones imaginarias, generalmente producto de una infancia con adultos insuficientes para calmarlos, por lo que se calman y se contienen a sí mismos. Es la evitación de la evitación. Una huída de uno mismo para ser competente de lo que se siente por dentro, pero que el aislamiento y el no poder entablar relaciones reales, los lleva a utilizar un personaje al que admiran y capaz de protegerlos.
El libro de Theodore Milton, Trastornos de la Personalidad en la Vida Moderna, me inspiró para escribir 5000 piezas, relato que queda a la libertad de quien se anime a leérlo.

5000 piezas

Algunas veces llegamos a creer que somos los que pretendemos ser.

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Aún recuerdo el día en que los ví por primera vez. Yo armaba un rompecabezas de 5000 piezas y ellos irrumpieron en el salón, gritando y riendo. Curiosamente los tres se llamaban Jack, tenían 8 años, eran hijos únicos y un aspecto tan parecido, que fácilmente pasaban por hermanos. Como a mí, a ellos también les gustaba leer y armar rompecabezas, intereses poco comunes para los niños de su edad y principal motivo para que se volvieran amigos inseparables, tanto, que para no confundirse entre ellos, se nombraban entre si Jack 1, Jack 2 y Jack 3, hasta que yo, basándome en mi puzzle con las figuras de los tres mosqueteros, propuse que reemplazaran sus números por los nombres de Athos, Porthos y Aramis. El 1, por su temperamento introvertido y melancólico, sería Athos; el 2, más hablador y explosivo, sería Porthos; y el 3, siempre amable y conciliador, sería Aramis. Dado que ellos también admiraban la obra de Dumas, acogieron mi idea de buena gana y, además, decidieron hacerse del lema «uno para todos y todos para uno» y día tras día, como si estuviesemos sincronizados, mientras yo sumaba piezas para completar a los personajes del puzzle, ellos restaban jacks para personificar a los tres mosqueteros, unidos al extremo que muchas veces no sabían cuál de los tres era Athos, cuál Porthos o cuál Aramis, pero yo, que los observaba en silencio, teniéndo la certeza de qué mosquetero era cada uno, prefería no tomar partido y pasar por alto sus discusiones. Sin embargo, a medida que completaba la dichosa imagen, recordé que los mosqueteros no eran tres, sino cuatro y ninguno de ellos era D’Artagnan. Me pareció injusto que lo olvidaran, pero ellos no querían incluirlo, pues para que existiera un cuarto mosquetero, tendría que existir un Jack 4. Tal detalle, a pesar de parecerme lógico, comenzó a inquietarme, al punto de que cada vez que los oía entonar el lema de los mosqueteros mis oídos zumbaban como si tuviese avispas en el cerebro y un intenso enojo comenzó a inundarme, hasta llevar a pique mi paciencia. ¡No importa!, ellos jamás habían sido mis amigos y no lo serían nunca y, furioso, para acallar sus odiosas voces decidí irrumpír en su grupo y dar por finalizado el puzzle, porque Athos, Porthos y Aramis, a pesar de contar con 5000 piezas, nunca fueron tres, sino cuatro, porque Jack 1, Jack 2  y Jack 3 siempre fueron uno: yo, un Jack tan solitario, que ni siquiera recordaba quién era, perdido entre las piezas diseminadas de su propio rompecabezas, uno con 5000 piezas, tan enrevesado como el anterior, pero con la figura de D’Artagnan y que se aprestaba a ser armado por Jack 4, el cuarto mosquetero.

Las doncellas del Cielo

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 Nuestros nombres son Agua, Aire, Fuego y Tierra

Para nosotras no existe un antes ni un después, nosotras somos el presente, porque somos eternas.

No intentes ser como el mar, porque serás arena.
No intentes ser como el viento, porque serás brisa
No intentes ser como la fogata, porque serás ceniza.
No intentes ser como la tierra, porque serás muchos.
Intenta ser único y serás mar, viento, fogata y tierra, pero aunque consigas ser el mundo entero, acariciar el cielo y contemplar, lado a lado, el fulgor de las estrellas, sé humilde, porque en algún momento, serás ceniza.