Desciende del cielo

Conócete a ti mismo, frase que conocemos más que a nosotros mismos, repetida por generaciones, una y otra vez, de manera casi automática como si fuera un dicho o una moraleja, muchas veces cae en manos de inexpertos que lucran con ella por medio de libros o charlas que apenas rozan su significado real. Si a eso sumamos la ingenuidad del que los lee o los escucha, el resultado es una confusión absoluta y mal aplicada, como le sucede, de forma exagerada, al personaje del relato. Nosce te ipsum, conócete a ti mismo, acéptate tal  como eres, no te compares con nadie que no seas tú, supera tus propias falencias y enmienda tus propios errores, valórate, sé tu amigo y no tu enemigo.

 

Magazine de «autoestima»

Buenos días Gabriel, toma asiento. Después de estudiar tu caso, me parece factible suponer que el motivo de tu inseguridad se remonta a tu niñez, cuando alrededor de los siete u ocho años te encerrabas en el baño a conversar contigo mismo sobre temas que memorizabas, pero que no comprendías en lo absoluto. Dado que viví una infancia similar a la tuya, donde mi mejor amigo era un oso de peluche con el cual me comparaban continuamente y tenía insomnio de tanto pensar, considérate afortunado, pues he decidido incluirte en mi taller exclusivo y personalizado de ego y autovaloración. Basta, Gabriel, comprendo que te sientas feliz, pero te pido que mantengamos cierta distancia y que no vuelvas a abrazarme ¿correcto? Perfecto, ahora que nos estamos entendiendo, partiré de lleno con el aforismo griego atribuído a Sócrates, Tales de Mileto y Pitágoras, entre otros, inscrito en el Pronaos del Templo de Apolo en Delfos, Grecia: ΓΝΩΘΙ ΣΑΥΤΟΝ, en latín: gnosce te ipsum y para ti: conócete a ti mismo. No creas que paso por alto tu expresión incrédula, pero debido a tu condición de mortal, mi joven amigo, en ocasiones debes cuestionarte la razón de tu sinrazón y el sinsentido de tu vida, por lo que procederé a explicarte la importancia que reviste dicho conocimiento, pues concluyo que motivado por la lectura de mi magazine «Si él pudo, tú también» te inscribiste en mi taller y no para capear el calor veraniego dentro de mi oficina equipada con aire acondicionado, o dedicarte a mirar por la ventana con el evasivo propósito de apreciar el paisaje costero, tal como lo haces ahora. Más respeto muchacho, ustedes los jóvenes creen saberlo todo, pero poco y nada saben, y si me consideras un viejo aburrido, la puerta es ancha, márchate si así lo deseas, mi vasta trayectoria en temáticas de autoayuda es digna de admiración y por ende… ¿que descienda del cielo? Tienes razón, Gabriel, lo admito, el equilibrio y la moderación son fundamentales para alcanzar el autoconocimiento. Por qué, te preguntarás. Porque sea lo que sea que decidas hacer con tu vida, si no te conoces, dicho más fácil aún, si te desconoces, al punto de ignorar tus virtudes y tus limitaciones, fracasarás en cualquier cosa que te propongas, preguntándote no solo a ti, sino a todos los que te rodean, incluyéndome, si tienes el talento y el aplomo para afrontar lo que te depare dicha empresa. Seré sincero, no es necesario observarte detenidamente para notar que eres un miedoso con ínfulas inversamente proporcionales a sus dones, pero con el suficiente descaro para hacerse llamar soñador. ¿Cómo dices, te atreves acaso a cuestionar mi autoridad, cuando fui yo el que te sugirió tomar mi taller conductual de terapia Gestalt para la comprensión de tu «self»? No me sorprende, tú eres el típico caso del fantoche, que mientras finge recomenzar, urde un plan a su medida para salir a flote como sea, tú no necesitas a Sócrates, tú necesitas a Maquiavelo, porque tu caso no radica en el conocimiento, radica en alcanzar tus oscuros fines, justificando cualquier medio para conseguirlos. Deberías avergonzarte, tú no eres más que un oportunista, un farsante, un mentiroso patológico, ¡momento, estoy ocupado!, disculpame, detesto que golpeen a mi puerta en plena sesión, me distraje, ¿en qué estaba? ah sí, mentiroso patológico, exacto, y como si todo eso fuera poco, eres dueño de un severo mal gusto. Mírate, ni siquiera sabes combinar tu ropa, sudas como si te pagaran para ello y usas unos bigotes de asaltante de banco que provocan pánico colectivo, pero hombre… cálmate, no es tan grave, tú sabes que te aprecio, me extralimité, recuerda mi frase clave y repite en voz alta conmigo: si él pudo, tú también, muy bien, ahora respira, toma aire, aplícala a ti en primera persona del singular y repítela nuevamente, vamos, que lo escuchen todos, que lo sepa el mundo: ¡Si él pudo, yo también!

-Gabo, deja ya de gritar y abre la puerta de una vez por todas, cepíllate los dientes y acuéstate.

-Pero, mamá…

-Pero nada. Desde que encontraste esos viejos magazines en el baúl de la abuela te encierras en el baño a conversar con el espejo y tienes insomnio. Me preocupas, hijo, tu comportamiento no es sano en un niño de ocho años, mira a tu oso de peluche, él es obediente  y ya se durmió, y si él pudo, tú también.

 

De un mundo a otro

2016-05-19_11-38-07

La escritora tomó sus apuntes, encendió el computador y comenzó a escribir.

«No lo sé, ya mis momentos de cordura agonizan, mis sentidos me abandonan, mis latidos se retrasan y acá, tumbado en el piso, herido y sediento como un perro, ante la abrumadora soledad de mi inminente naturaleza, la muerte, ansiosa por mecerme en su regazo, me extiende sus brazos, cual dulce caricia maternal y ya no dudo, aunque no lo sé, ni nunca lo sabré».

-¿Te gustó Nora?

-Sinceramente, no entendí nada; además, eso de que la cordura agoniza me parece una frase cliché para explicar que se esta volviendo loco, y eso de los sentidos y los latidos abandonan y retrasan son rima consonante, lo que lo hace predecible y casi irrisorio, como si dijeras la princesa comió una fresa o el ratón roe cartón mientras canta una canción; con respecto a la abrumadora soledad, inminente naturaleza y dulce caricia, es rebuscado y cursi; por lo demás, toda caricia implica cierto grado de dulzura, por lo tanto, además eres redundante y ese aire atormentado y dudoso, que recurre a la muerte como solución, en lugar de vivir para replantearse su existencia e intentar enmendar sus errores, superarse y luchar por encontrar las respuestas o los motivos que tanto lo acongojan, que considero sería lo más sabio, prudente y sensato de tu parte, hacen que tu texto no solo no me guste, sino que, además, me desilusione debido a las altas expectativas que he depositado en tu incipiente estilo narrativo. En cuanto al perro herido y sediento, prefiero ni siquiera hacer un comentario concreto, tú ya sabes que amo a los animales tanto como tú y apelar a los sentimientos de quien te lee, en este caso yo, mediante una descripción así, es un recurso morboso y desesperado que denota inseguridad y autocompasión, para eso bastaba con que escribieras: «Estoy tan sola, nadie me comprende», en lugar de tantas tonterías sin sentido; vaya texto, Sara; vaya texto.

-Tienes razón, pensaba enviarlo a un concurso literario, pero es pésimo.

-Yo también tengo contemplado concursar, Sara.

-Genial, ¿qué escribiste?

-Lo memoricé, escucha:

«Dudo, mi locura es inminente, como aquel anciano que vaga por las calles mirando al vacío o al todo, no lo sé, ríe sin sentido, mientras, a lo lejos, alguien tararea indiferente una canción… dudo, sufro y jamás dejaré de dudar, ni de sufrir, pues mi alma sangra de dolor, anhelando el refugio del sueño eterno».

-No repetiré tu discurso, aunque se aplica a ti perfectamente; solo te diré, vaya texto Nora; vaya texto.

-Es pésimo, lo sé, pero al menos lo intentamos.

-Tú lo has dicho: al menos lo intentamos.

-Entonces, ¿dejaremos de escribir?

-Sí Nora, nuestras historias llegaron a su fin.

-Hasta siempre Sara.

-Adiós Nora, jamás te olvidaré.

-Basta de despedidas dramáticas, séquense esas lágrimas y escúchenme.

-¿Quién rayos eres tú?

-Soy la persona que las escribe.

-Lo sabía Nora, ¿recuerdas que te la mencioné?

-Con que ella es. Vaya desilusión, me la imaginaba más alta.

-Niñas, si acabo de entrar en su mundo, es porque las quiero demasiado como para dejar que se rindan y decidan separarse para ponerle fin a algo que ambas aman hacer. Reconozco que sus textos dejan mucho que desear y que poseen una gran capacidad de autocrítica, pero no sean tan lapidarias, tienen solo 11 años y deben aprender que un mal intento no es un final, sino el comienzo de un nuevo intento.

-Tienes razón, ambas debemos seguir intentándolo; sin embargo, existe un detalle que no comprendo: ¿Si tú nos escribes a Sara y a mí, quién nos está escribiéndo ahora?

-Es cierto, no puedes ser tú, es imposible que estes en dos lugares al mismo tiempo, por lo demás, ¿quién escribe tu vida y el mundo al que perteneces?

 

La escritora apagó el computador, se puso de pie y se acercó a la ventana. Una vez más se había dormido mientras escribía. Contempló el cielo y notó que se avecinaba una tormenta, pero no se entristeció como otras veces, pues sabía que después saldría el sol y se formaría un arcoíris. Así es -pensó-: Alguien escribe mi vida al igual que escribe a la tormenta, pero como Nora y Sara, mi forma de leer, mis intentos y mis decisiones, solamente dependen de mí.

 

( Dedicado a mi querida hija Florencia, cuya personalidad jamás dejará de sorprenderme).