Presagio

Presagio

Morada de Relatos

Como si todas las brujas condenadas y ávidas de aquelarres y conjuros, hubiesen pactado compartir su celda reviviendo en un solo un cuerpo, habría sido sin duda en ella; una anciana sin nombre, desgreñada, tuerta y vagabunda. Se dedicaba a hurgar en la basura para encontrar cosas que vender, vestir o comer. Su olor putrefacto, su sonrisa desdentada y sus carcajadas, réplicas de sus dementes conversaciones con el viento, formaban parte de su miserable sello. Sello que secretamente me aterraba.

Para muchos, ella era motivo de lástima; para otros, de risa; mas para mí, lo era de un trágico sino, inevitable como un presagio de tan mal aspectado como su único ojo, el cual prefería no mirar jamás. Sin embargo, el destino quiso juntarnos y en aquel día de otoño, dando la vuelta a una esquina, nos estrellamos de frente.

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Relatos de ajedrez

Relatos de ajedrez

Morada de Relatos

Maestro del ajedrez

He aquí mi gran ambivalencia:

Ser una pequeña pieza de ajedrez, movida por un inexperto.

Ser un jugador de ajedrez, que falto de experiencia, titubea cada vez que mueve una pieza.

Ser uno de los tantos encargados de mover a un grupo de jugadores y no estar lo suficientemente preparado para moverlos.

O ser el Maestro de todos los encargados de mover a todos los jugadores de todos los tiempos y no tener la certeza de Ser un gran experto o una pequeña pieza, movida por un inexperto.

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Un encuentro soñado

Un encuentro soñado

Morada de Relatos

―¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar, para salir de aquí? ―pregunté.

―Eso depende de adónde quieres ir ―respondió el Gato.

―Quiero ir a mi pasado, a mis lecciones de piano, a mis ganas de aprender, a mi talento, a mi entrega, a no dejarme abatir por nada ni por nadie y regresar convertida en una gran pianista ―afirmé.

―Entonces no importa qué camino tomes ―replicó el Gato―, ningún camino te conducirá al pasado.

―Pero este es el País de las Maravillas, Alicia me dejó entrar; dime al menos, qué camino podría ser el más indicado ―rogué al Gato.

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Ruptura

Ruptura

Morada de Relatos

Me adentré por calles sombrías, plazas desiertas y recodos angostos, sórdidos y peligrosos. La noche y la niebla me envolvían, entorpecían mis pasos y dificultaban mi visión, ya dañada por un severo astigmatismo, arriesgándome a caer de bruces contra el frío asfalto en cualquier instante. Jadeando, con el rostro lastimado por el chicotazo de un ciprés y el cabello revuelto por el viento, llegué a la gran mansión abandonada, lugar pactado para nuestro encuentro clandestino. Sigilosa me aproximé a la puerta, aguardé un instante y toqué tres veces.

Está abierto, puedes pasar ―dijo una voz masculina desde el interior.

Tú debías abrirme, Max ―dije, dando un portazo―. ¿Ya lo olvidaste?

Tú me citaste, querida, agradéceme que haya venido.

¡Petulante! ―exclamé―, no tienes ningún derecho a tratarme así.

¿Petulante? ―dijo, sin dejar de escribir en su libreta―. Habla pronto preciosa y lárgate rápido, estoy ocupado.

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