El relato secreto

Encuentros

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Desde que Dios se transformara en Dios y Luzbel en Lucifer, ambos se reúnen cada cierta cantidad de años en algún lugar remoto de la Tierra para intercambiar opiniones sobre la humanidad. La idea no fue de ninguno de ellos; sin embargo, Dios considera que debe mantener a sus amigos cerca y a su enemigo aún más cerca.

1998. Punto Nemo

—Una vez más, he tenido que postergar un pacto con un aspirante a líder de una nación y emerger de las tinieblas para reunirme contigo, Maestro.

—No te victimices, abandonar tu antro de confort es cumplir con tu deber antagónico, Lucifer.

—Te noto más preocupado que de costumbre, ¿sucede algo malo?

—¿Que si sucede algo malo? Míralos, ellos son la respuesta a tu pregunta.

—Pamplinas, ellos no son ni la respuesta, ni la pregunta, ni la conclusión de nada, porque ni ellos mismos se entienden. No pierdas tu tiempo en nimiedades y recuerda que son solo humanos jugando a ser dioses.

—No te dirijas a mí en plural, Lucifer.

—A Dios, jugando a ser Dios, disculpa, pero tanto exceso de trabajo me confunde.

(Silencio).

—No me digas que los cachivaches que inventan los seres humanos para alcanzar el conocimiento te atemorizan.

(Silencio).

—Cualquiera, menos yo, podría jurarte que sus artefactos son inofensivos.

—Me atemoriza saber que los perfeccionarán gracias a tu ayuda. Te advierto que sus mentes son en extremo permeables y que debes contener tu malsana impulsividad para no dañarlos más de lo estrictamente necesario. ¿Estamos?

—Estamos.

—Ahora vete y regresa a tu guarida infernal.

—Y tú, a tu guarida celestial.

(Silencio).

—Quise decir a mi guarida infernal, que yo regreso a mi guarida infernal.

—Basta de estupideces. Por cierto, uno de mis mensajeros te dirá el lugar de nuestro próximo encuentro.

—Hasta entonces… Maestro.

Sin contemplar como Dios ascendía a los cielos, Lucifer, abriéndose paso entre los miles de objetos espaciales desmantelados que ocupaban el vertedero en el que, además, se encontraban fragmentos de satélites y trozos de la estación espacial Mir, se sumió en su propio infierno antes de regresar a las tinieblas.

2001. Cumbre del Kilimanjaro.

—Otra vez preocupado. ¿Qué se supone que hice mal?

—Que has hecho tu mal casi a la perfección.

—¿Casi?

—¡Idiota!, te advertí que eran vulnerables.

—Permíteme recordarte que soy tu némesis y que, como tal, mi desempeño consiste en estar a la altura de tu creación.

—Escucha —dijo Dios agarrando al demonio de las solapas de su capa confeccionada con alas de murciélagos, hecha a su medida—, ellos son mi creación, mía, mía, yo la hice, yo los diseñé, ellos son el resultado de mi trabajo, de mi imaginación, ellos son míos, ¡no tuyos!

—Si te importaran tanto, no serías tan permisivo —dijo Lucifer, mientras arreglaba los pliegues de su costosa capa.

—Un artista muere, pero su obra puede ser inmortal; por lo tanto, una creación que prevalece, se impone por sí misma.

—Entonces, tú eres un artista inmortal, pero tu obra, a pesar de tener vida propia, es mortal… ¿no te parece injusto?

—Injusto es que mates murciélagos para hacerte prendas de vestir, cretino sin consciencia de nada que no seas tú mismo.

—Creí que eran imitaciones, lo siento tanto, Maestro.

—Cierra la boca y márchate.

—Como digas, Señor.

Esta vez, no resistió su propia tentación de contemplar como Dios ascendía hacia la luz rodeado de paz y de seres que lo amaban para burlarse de él. Pero sintió que su propio infierno era el más oscuro de todos los infiernos. Entre triste y enojado, pensó que si tuviera el poder de retroceder el tiempo, no dudaría en usarlo para no volver a cometer el error que marcaría su existencia y, suspirando, descendió a las tinieblas para refugiarse en su diabólica ermita.

2018. Nevado del Ruiz

—Perdón por el retraso, pero una de mis cuentas falsas de Instagram fue denunciada por un mojigato que consideró que mi contenido era inapropiado y que inflingía las normas de la comunidad.

—Escucha pedazo de mitómano descarado, estoy al tanto de tus falsos perfiles y de cómo usas las redes sociales para ganar adeptos, porque la persona que te denunció pensó en mí antes de hacerlo. Sé que te has vuelto tremendamente popular; sin embargo, ellos buscan comprenderme a mí.

—¿Pretendes decirme que durante todo este tiempo ningún humano ha tenido acceso a tu cuenta?

—Dicho en esos términos, así es.

—Yo no los ayudé a perfeccionar sus cachivaches, ¿no será que descifraron tu contraseña megasecreta para entrar al #jardíndelEdén y hackear tu manzano del conocimiento?

—Deja de hablar como si fueras un adolescente y compórtate como un demonio adulto hecho y torcido.

—Qué tiempos aquellos. Aún recuerdo cuando montaste en cólera y los privaste del conocimiento.

—Fue por su bien.

—Te ceñiste a las Escrituras y me obligaste a convertirme en serpiente para tentar a una pareja de hippies recién casados.

—Lo hice para salvarlos

—Ese árbol era internet y la manzana era un smartphone, ¡admítelo!

—Qué más da… hagan lo que hagan, jamás tendrán acceso a un conocimiento que se escapa de su comprensión. Son básicos por naturaleza y tienden a humanizarlo todo, incluso a mí.

—Tienes razón, hasta afirman que creaste todo esta parafernalia en una semana.

—Siii, incluso citan frases que jamás pronuncié.

—Son tan ridículos.

—Son tan humanos. A veces, siento ganas de explicarles todo.

—Eres Dios, puedes hacerlo.

—Lo hago en cada momento, pero ellos esperan algo obvio, palpable, tangible, concreto, evidente, corpóreo, sólido, compacto, preciso.

—Ahórrate tus adjetivos y permíteme opinar que algunos son bastantes abstractos.

—No me hables de los abstractos, por favor, porque son los humanos más desesperantes de mi creación.

—¿En serio?

—Siempre andan por ahí, tomándose atribuciones irrisorias para explicar mi existencia por medio de números o de palabras que ellos mismos entrelazan para sorprender a los concretos.

—¿Palabras como las de este diálogo, por ejemplo?

—Sí, así mismo.

—Entonces, esta conversación no existe.

—Exacto, esta conversación es total y absolutamente inexistente; sin embargo, no me cuadra que se esté desarrollando de forma tan fluida

—Curioso. Si no me lo hubieras dicho, yo seguiría pensando que es real y que ambos estamos dialogando. Hasta creí que nuestros encuentros eran verídicos. ¿Será que descubrieron tu lógica paralela superlativa o que entraron a la dimensión conocida de la desconocida?

—Espero que no, sino sus androides los reemplazarán y dudo que sus mecanismos sin alma puedan discernir entre el bien y el mal.

—Permíteme recordarte que esta conversación no se está llevando a cabo.

—Ssshhht, baja la voz, y por una vez ayúdame a protegerlos. ¿No comprendes que nuestra existencia depende de ellos? —murmuró Dios, algo nervioso.

—Propongo un boicot en contra de todas las redes sociales, Maestro —susurró el ángel caído.

—Considero que un método de abordaje adecuado podría ser mucho más efectivo y eficaz que una conspiración, Lucifer.

—Pero una conspiración es un método de abordaje, ¿o me equivoco?

Dado que ambos estaban murmurando, el audio de la Creación se hizo cada vez más perceptible. De pronto, dos súplicas, dichas al unísono, retumbaron en el Nevado del Ruiz con un volumen y una nitidez abismante. Una, era de un niño que le pedía a Dios que no se llevara al cielo a su padre enfermo o que esperara para después de su cumpleaños, ya que este le había prometido el último modelo de iPhone de regalo. La otra, era de la madre del niño rogándole a la Virgen que salvara a su marido y que su hijo dejara de ser un consumista sin corazón.

Ambos enmudecieron y el Maestro pensó que se encontraba en una encrucijada, aunque, para ser sincera, no tengo la menor idea qué pensó o si pensó en algo, porque, ¿cómo voy a saber yo qué es lo que piensa Dios si ya es imposible saber lo que piensa otra persona y estos encuentros fueron idea mía?

Finalmente, Lucifer rompió el silencio y preguntó:

—Maestro, ¿por qué no retrocedes el tiempo y nos das a todos una segunda oportunidad para enmendar nuestros errores?

—Señores —dijo María, con un aplomo capaz de contener al universo en su máxima extensión—, como Madre es mi deber consolar a aquella madre, pues siento su sufrimiento como si fuera mío, así que les pido que se comporten.

Y dicho eso, dulcemente, dejó caer una de las rosas blancas más bellas del Jardín del Edén en señal de esperanza y de que se podía contar con ella siempre y para siempre.

Algo avergonzados, Dios y Lucifer dieron el encuentro por finalizado y se marcharon sin despedirse, pero sin rastros de rencor. Era indudable que esa rosa había sido como una piedra arrojada a una fuente y que la gratitud por haberla recibido sería como las ondas concéntricas que se extienden en el agua.

—Así sea —dijo una voz desde las alturas, otra desde la profundidad de las tinieblas y muchas, incluida la mía, desde la tierra.

 

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