«Vivir, aunque sea por un instante, es el deber y la misión más alta que debemos cumplir». Goethe, Fausto
Como todos los días, esperé que atardeciera y, raudo, me enfundé en mi abrigo, tomé mis llaves, acaricié a mi perdiguero y partí rumbo a un parque cercano a mi hogar. Alcancé a escuchar «regresa pronto, esta comenzando a llover», pero, indiferente, no respondí. Cansado de todo y de todos, solo quería alejarme para reflexionar en paz y unas gotas de agua no me detendrían; sin embargo, mientras caminaba la lluvia se hizo más intensa, por lo que apuré mis pasos para refugiarme bajo la higuera del parque. Aquel árbol solitario y añoso, maldito para algunos y sagrado para otros, me acogía sin condiciones, al igual que mi perro, siempre postergándose para tratar de alegrarme, no como nosotros, que sin querer condicionamos hasta lo que soñamos. Desilusionado de mi especie…
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Increíblemente interesante, me encanto leerla Zoe!
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Lo rebloguié porque es una historia que me encantó escribir. Gracias por leer Silvia, abrazos!!
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Todo un placer! Otros abrazos para ti!
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Gracias por este cuento maravilloso
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Saludos, un abrazo!
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Muy hermoso.
Nos queda tanto por desaprender a los animales humanos…
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Tienes razón, tenemos una inmensa tarea por delante, una de siglos!!
Un gran abrazo
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