La lámpara de oro

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Antes de encerrarme en su lámpara de oro, el gran Mago me advirtió que solo un mortal  podría  liberarme y que, como forma de agradecimiento, yo tendría que concederle tres deseos al que lo hiciera y someterme a su voluntad. Nunca estuve de acuerdo con esa regla, pero vivir bajo los dominios del Mago era un yugo tan horrible, que acepté sin titubeos ser encerrada en la valiosa lámpara, pues así me alejaría para siempre de su tenebroso reino de genios “hacedores de sueños ajenos”. Una vez adentro, convertida en esencia, perdí la noción del tiempo y solamente me dedicaba a soñar. En uno de mis tantos sueños, recordé mi vida como genio y cómo nos instruían a mis compañeros y a mí para comprender que en la mente de los humanos, tanto los deseos como la magia, se forjaban a la vez, como si fuesen dos caras de la misma moneda. Fue entonces que desperté y, concentrándome, logré salir por mí misma y dado que solo un mortal tenía el poder de liberarme, me transformé en mortal, pero no pedí tres deseos, porque había dejado de ser genio, para someterme a mi propia voluntad y ser lo que soy ahora, una persona “hacedora de mis propios deseos”, a la que nadie volverá a encerrar en una lámpara de oro.

7 comentarios en “La lámpara de oro

  1. Siempre hay un Gran Mago, que nos somete o que intenta hacerlo y la escapatoria como bien los dibujás con letras es que no hay despegue sin encierro y meditación. Y muchas veces,caemos en la tentación de dejarnos engañar por los magos y hacedores de sueños.Son meros espejismos…

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